Antena de comunicaciones del pico Javalambre desde el vértice geodésico |
Mis primeras nociones de Javalambre me llevan a Camarena de
la Sierra, a los pies del pico, donde mis padres disfrutaron de varios veranos
magníficos. Fuentes, excursiones, tormentas de verano, buena comida y mejores
aguas. Yo no había nacido, pero viendo las fotos en blanco y negro puedo evocar
fácilmente aquellas vivencias. Eran los años cincuenta, con la posguerra
superada y aprendiendo a vivir de nuevo.
Años más tarde, Javalambre fue el primer lugar donde sentí
la montaña y donde me calcé unos esquís. Donde descubrí el placer de beber de
un manantial de agua helada, o el olor de las chimeneas humeantes. Las casas de
piedra, las calles empedradas y el sonido de las pezuñas de los rebaños
regresando al corral.
Ahora todo esto me parecen recuerdos de otra vida. En el
pueblo han aparecido urbanizaciones de apartamentos. Los dos viejos olmos de
las plazas han sido talados. A Javalambre se sube por una cómoda pista y el
camino antiguo se ha convertido en una turística “senda fluvial”. Es el precio
del progreso, que seguro que es necesario, pero me resulta imposible evitar
cierta sensación de pérdida.
El último árbol, a casi 2000 m de altura |
Javalambre se cruzó de nuevo conmigo en la primera carrera
de larga distancia y resistencia por montaña que hice de la mano de Tomás. Desde
Alfondeguilla, en la sierra de Espadán, hasta Camarena de la Sierra, pasando
por el pico Javalambre, 107 km en más de 20 horas. En tres ocasiones la hice y
siempre fue en esa montaña donde encontré las condiciones más extremas.
Hace unos meses comencé a hacer rutas en bici: varias
salidas en grupo y muchos entrenamientos en solitario. También una carrera con
mi amigo Javi, en el norte, en Cantabría, durísima. Empecé a explorar rutas. La Vía
Fluvial estaba ya muy trillada, la Vía Verde Ojos Negros también. Fui
recorriendo la sierra Calderona, Gátova, Altura, el puerto de Montmayor,
Alcublas, Viver, Caudiel, Barracas, Sarrión, y sin darme cuenta me iba aproximando de nuevo
a Javalambre. Empecé a plantearme hacer cumbre. Para ello tenía que acercarme
lo suficiente en coche para atacar la montaña desde una distancia prudencial.
Lo intenté desde Barracas cruzando por caminos entre Manzanera y Albentosa,
subiendo a la Muela de Sarrión y alcanzando el barranco de la Zarzuela para
subir al pico por el camino de Los Pelaos. En diciembre pasado lo conseguí, ya
con nieve desde la cota 1700, con las manos, los pies, la cara y el agua del
bidón congelados y sufriendo con el permanente viento de esta montaña.
Terminando la carrera "Los 10.000 del Soplao" |
Pero cuando superponía en el mapa las distintas rutas que
había ido recorriendo en mis entrenamientos se iba forjando lo que sería el proyecto
definitivo: la subida a Javalambre desde Valencia. La primera opción pasaba por
subir por la Vía Verde Ojos Negros hasta Sarrión y de ahí al pico. Serían más
de 150 km, por lo que tenía que pensar en hacer noche y regresar al día
siguiente. Empecé a estudiar un camino alternativo que sirviera para el
regreso, de modo que pudiera montarse una ruta circular, y me di cuenta que
podía enlazar la Vía Fluvial del Turia con Liria, de modo que siguiendo la
CV-345 podría pasar por Villar del Arzobispo, Higueruelas, La Yesa, Arcos de
las Salinas y de ahí al pico. Hice recorridos parciales para estimar el tiempo
total y obtuve una cifra muy asequible: unas siete horas para el regreso desde
el pico hasta Valencia. Rehice los cálculos en sentido inverso y comprobé que
tan solo tenía que añadir dos horas más. Sumé las dos cifras y el resultado
eran ¡dieciséis horas! frente a las cerca de diecinueve que me costaría la ruta
circular. Entonces, ¿por qué empeñarme en hacer una ruta circular? Rápidamente
tomó forma en mi mente el proyecto: ida y vuelta por la ruta de Arcos de las
Salinas. ¡Era viable en una sola jornada! Y si era viable, ¿por qué no hacerlo?
Tenía el entrenamiento adecuado, conocía todos los tramos del recorrido puesto que
lo había hecho por parciales y había subido cuatro veces al pico en estos
últimos meses. Las dificultades: cargar con el peso del avituallamiento para
toda la jornada y mantenerme sobre la bici las horas necesarias.
La ruta: 246 km ida y vuelta |
Pero la decisión ya estaba tomada. Ahora había que
planificar los recursos, estimar mejor los tiempos e incluso suspender todo
entrenamiento en los últimos días para reservar fuerzas. El equipo debía ser
mínimo para evitar un peso excesivo, pero a la vez me tenía que garantizar una
jornada entera de dieciséis horas de esfuerzo como mínimo. Saldría con cuatro
litros de agua, dos bocadillos, dos naranjas, un puñado de dátiles y
suplementos energéticos de bolsillo (es decir, chuches, todo un
descubrimiento). En cuanto a ropa, el imprescindible chubasquero y una prenda
de manga larga por si hubiera mal tiempo en el pico. A ello añadir el equipo de
la bici: luces para el tramo nocturno, cámara de repuesto, bombín, parches y
tronchacadenas. Y ya puestos, cómo no, para dejar constancia de la experiencia:
un GPS para grabar el track y una cámara para fotografiar el esfuerzo. Con los
13,5 kg de la bici, fácilmente iba a alcanzar los 20 kg como peso total que mis
piernas deberían mover. ¡Mejor que no lo supieran!
Suena el despertador a las 4:15. Me levanto somnoliento y
entumecido. Necesitaré bastante tiempo para activar el cuerpo. Me refresco la
cara con agua y tomo el desayuno. Preparo la mochila con la comida, el agua y
el resto del equipo. Reviso la bici y mientras oigo las campanadas de las 5 de
la madrugada abro la puerta y salgo a la calle.
Km 0: principio del camino en el parque de Cabecera |
Alcanzo Ribarroja sin apenas vislumbrar el alba pero ya me
cruzo con dos paisanos madrugadores. Me salgo del cauce del Turia por caminos
de huerta para subir a Benaguacil donde, por un carril-bici que recupera un
antiguo trazado de ferrocarril, llego a Liria.
Cruzando sobre el río, a punto de amanecer |
Carril bici paralelo a la CV-35 |
Por fin un descenso más pronunciado y largo que me lleva
hacía lo que, posiblemente, sea el tramo más solitario de la ruta. Montañas
onduladas y pinos. Aquí el paisaje es cada vez más verde y agreste. Ningún
pueblo en veinte kilómetros de etapa hasta que, por fin, llego a las rectas
bordeadas de pinares que apuntan a La Yesa.
En La Yesa salgo igual que entro: rectas larguísimas
bordeadas de pinares hasta que, de repente, el paisaje cambia y los bosques se
convierten en estepa. Mientras voy ganando altura paso cerca de los siguientes
pueblos: Corcolilla, El Hontanar, El Collado y, cada vez más cerca, Aragón y el
límite de la provincia de Teruel.
Por fin culmino el último puerto de asfalto y me lanzo a buena velocidad hacía Arcos de las Salinas. Llego a la entrada del pueblo y ahora sí, hay que reponer fuerzas porque el esfuerzo que viene a continuación es máximo: dos horas de ascenso, dieciséis kilómetros y mil metros de desnivel para superar. Vacío el agua sobrante, ya caliente, y repongo solo dos bidones de agua helada de la fuente, dejando vacías las dos botellas para aligerar peso. Termino el bocadillo, doy un último trago de la fuente y arranco con la mirada puesta en el camino hacía el pico.
Me encuentro pedaleando en las pronunciadas cuestas de
ascenso con “todo el hierro metido”, con parsimonia, avanzando palmo a palmo,
sabiendo que ya no hay más obstáculos, que el pico está al alcance de la mano.
Pienso en la madrugada, hace casi siete horas. En los kilómetros que he dejado
atrás, en los puertos que he subido y los pueblos que he atravesado. El sonido
del rio Arcos me acompaña buena parte del camino, hasta que, paradójicamente,
muere en su nacimiento. De vez en cuando el camino me da un respiro, solo para,
detrás de la siguiente curva, reírse de mí con una pendiente todavía más dura.
El viento es fuerte ahora. Es frio, procedente de la cumbre que ya se adivina. Es emocionante pensar que tienes la cumbre al alcance. Pero entre esas emociones no dejo de pensar y calcular los tiempos. Realmente estoy cumpliendo con lo planificado como un reloj. Voy a llegar antes de las dos de la tarde, lo cual es importante si quiero empezar a pensar en la vuelta a casa.
Sabinas rastreras hacia la cumbre. El vértice geodéisco, la antena y la estación de esquí |
Últimas cuestas, más duras, más lentas. Parece que tanto la bici como yo quisiéramos alargar este momento, el disfrute previo a la cumbre, el saber que lo vas a conseguir. Y así es, cuando doy la última pedalada, bajo de la bici y miro a mi alrededor: algo se ha perdido, un proyecto ha terminado. Solo queda el permanente viento de la cumbre y unos pocos minutos de serenidad ante el tremendo horizonte de 360 grados.
Vuelvo a la realidad después de comerme el segundo bocadillo
y terminar el agua. Pasan diez minutos de las dos, hay que bajar y desandar el
camino recorrido.
La bajada de Javalambre es frenética y por la diferencia de
presión se me taponan los oídos. Estoy de nuevo en Arcos de las Salinas y son
las tres de la tarde. Tengo frente a mí un primer puerto importante para subir
de regreso y una duda: ¿seré capaz de llegar a casa? Bueno, la respuesta está
en empezar a pedalear así que después de meter la cabeza en el agua helada de
la fuente y beber hasta saciarme, emprendo la ascensión al puerto que me
llevará de regreso a casa.
Y por fin, después de dejar atrás cada uno de los obstáculos
del camino y notando como me he vaciado por dentro por el esfuerzo, me
encuentro pedaleando de vuelta en el mismo camino polvoriento que esta
madrugada hice en la oscuridad, en la Vía Fluvial del Turia.
Niños bañándose en el río, parejas paseando, otros ciclistas
yendo y viniendo, son imágenes que veo como si fueran una película, no me parecen
reales. Mi mundo ahora se reduce a una noria que gira sin cesar, los pedales, y
al sonido crujiente de las ruedas en el camino. Todo ello ocupa mi mente y
apenas percibo otras cosas.
Pero la realidad se impone y finalmente me encuentro con la llave en la cerradura abriendo la puerta de casa. Todavía no son las 9 y aún hay luz del sol. Han sido casi 16 horas y 246 kilómetros, ¿reales o imaginados? Tendré que revisar las fotos…
Pero la realidad se impone y finalmente me encuentro con la llave en la cerradura abriendo la puerta de casa. Todavía no son las 9 y aún hay luz del sol. Han sido casi 16 horas y 246 kilómetros, ¿reales o imaginados? Tendré que revisar las fotos…
2 comentarios:
Hola Dani: siento una gran alegría al volver a tener noticias tuyas y de tus aventuras que pensaba que tenías olvidadas.Extraordinaria la etapa que te has marcado. Felicidades.
Buf, buf y mas buf...!!!
Dani, cuando me dijiste hace unos días que habías hecho una locaaventura no me imaginaba el calado de la hazaña que te has marcado y en solitario!!
Para los profanos de la bicicleta sonará a mucho, pero para los que sabemos de qué estamos hablando porque lo vivimos de continuo, me descubro de verdad porque tiene el mérito añadido de que has empezado a hacer estas cosas hace solo unos meses.
Verdaderamente el espíritu del Soplao te ha marcado para siempre...
Así que: Doble enhorabuena y... Ahora qué???
Javi
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