sábado, 29 de septiembre de 2012

CUERPO, MENTE Y ALMA JAVALAMBRE TRANGOWORLD 2012




Septiembre 2012. El viernes por la tarde amenaza tormenta. En efecto, la lluvia se convierte en diluvio y la tremenda tromba de agua provoca que las calles se inunden. Temiendo lo peor, ya por la noche salgo de casa con el coche para ver si hay algún problema en el trastero del otro piso. Doy la vuelta a la manzana por detrás del parque y la lluvia y el viento no me dejan ver más que apenas unos metros delante de mí. El agua alcanza un nivel considerable así que avanzo con cuidado para evitar que se introduzca en el motor. También temo que el viento arranque alguna de las ramas de los árboles que bordean la calle pero finalmente y sin ningún incidente llego al garaje. Por suerte los desagües y las bombas están funcionando perfectamente y no hay nada de agua en el interior. Decido volver a casa inmediatamente y salgo de nuevo bajo el diluvio. La avenida está llena de agua y algunos coches circulan sobre la acera. Decido evitarla y regreso por la calle de atrás con cuidado y con las luces de avería encendidas por ser contra dirección. Pero no hay alternativa, las demás calles están inundadas. Por fin llego a una zona más alta donde el agua ya no se acumula y puedo circular con normalidad. Me meto de nuevo en el garaje, también seco y vuelvo a casa. Por la ventana veo los coches intentando transitar a duras penas por la piscina en que se ha convertido la avenida.

La tormenta pasa, el agua y el susto también y finalmente no queda más que una ligera llovizna. Parece mentira pero lo que más me preocupaba en estos momentos es que se anulara la carrera. Afortunadamente no fue así y al margen de las inundaciones y otros desastres naturales pudimos dar rienda suelta a nuestro deporte.

Salgo de casa temprano, sobre las 5.30 de la madrugada y llego en menos de una hora a Alfondeguilla. Aparco arriba, al lado del refugio y empiezo a ver a los más madrugadores. Saludo a Tomás ya Raquel. También aparece pronto Manuel y charlamos un rato. Con una ligera llovizna que de forma intermitente nos va despertando, nos hacen la foto de grupo y salimos.

Son las 7 de la mañana y debido al tiempo nublado está todavía oscuro. La senda en ascenso es fácil de seguir con las frontales, pero a pesar de ello, los nervios de la salida me hacen perder la concentración y me desvío unos metros del recorrido.  Sin mayor problema que deshacer lo andado regreso a la senda y continúo el ascenso.

La llovizna sigue cayendo pero salvo lo resbaladizo del terreno no afecta prácticamente. Estamos en la parte más abrupta del recorrido, la Sierra de Espadán, donde en caso de buen tiempo hubiéramos alcanzado temperaturas cercanas a los 30ºC. Por suerte, el ambiente más bien frio que tenemos permite que vayamos superando estos desniveles con menor desgaste.

Llegando al final del barranco de Horcajo, justo por debajo del Castell de Castro, alcanzo a un compañero que viene desde Málaga con la familia. Lleva más de diez horas de coche con cortes de carreteras por la lluvia a la altura de Murcia. Solo estar aquí y ahora ya es una hazaña. Charlamos un rato pero al rato voy sacando ventaja poco a poco y sigo a mi ritmo. Continúo por el camino que cruza por debajo de la Nevera de Castro y después de recorrer unos cuantos kilómetros por las montañas que separan Eslida de Chovar, alcanzo el primer control en el collado de Ibola.

Justo después de este primer control se encara la ascensión al pico Espadán. Mantengo un ritmo bastante tranquilo y aunque voy viendo delante de mí un pequeño grupo de corredores no trato de alcanzarles. Sin embargo, ya cerca de la cumbre me encuentro con ellos y comenzando el descenso hacía la Nevera les adelanto. La senda está bastante embarrada pero la conozco bien y sin ningún resbalón llego al collado de la Nevera donde nos espera una furgoneta con agua. Realmente no es necesaria porque sigue el ambiente fresco con lloviznas esporádicas, pero solo el hecho de verla tranquiliza bastante.

En este punto comienza la subida al pico Rápita, larga y sostenida. Solo tiene algunos descansos cuyo desnivel perjudica más de lo que ayuda puesto que hacen perder la altura ganada. En este tramo empiezo a acercarme a Jarrod, con quien compartiré el resto de carrera y algo de chapurreo en inglés.
Llegamos a la cumbre del Rápita y sin ninguna ceremonia encaramos la bajada. Aquí la senda se interna por el bosque y en ciertos momentos resulta difícil adivinar su recorrido. Pero finalmente alcanzamos el desvío hacía el camino de Matet, que tendremos que recorrer ya sobre asfalto durante unos tres kilómetros. Poco a poco nos vamos acercando a otro corredor hasta que llegamos a su altura y compartimos el resto del recorrido hasta el control, ya en las proximidades de Matet.  Vemos al personal del control bastante abrigado y, después del bocadillo y de descansar un poco, nos damos cuenta de que ciertamente hace bastante frio. Apenas han sido 5 minutos pero no conviene parar más. La llovizna sigue y hay que salir cuanto antes para no entumecer los músculos.

La siguiente etapa es muy larga, hasta el puerto de Arenillas en la carretera de Caudiel a Montan. Previamente se pasa por las poblaciones de Pavías, donde podemos reponer un agua deliciosa en la fuente del lavadero, e Higueras que pasamos rápidamente sin apenas tocar el casco urbano ni ver a ningún parroquiano. Alcanzamos el Alto de las Palomas para bajar rápidamente al puerto de Arenillas donde nos espera en unos cientos de metros el avituallamiento, al lado de la fuente de Caudiel o “Fuente Cuenca”.

Salimos del avituallamiento y siguiendo una senda paralela a la carretera pero bastante intricada de transitar vamos avanzando hacia el Mas de Noguera. Seguimos camino ascendiendo hacia los aerogeneradores, pasamos por la fuente del Camino del Pinar en un escondido rincón, cruzamos las “rocas de cristal” y llegamos al barranco de “La Pantorrilla”, curioso por la visible erosión sufrida a causa del agua, ya próximos al collado donde comienza el descenso a Pina de Montalgrao.
En Pina tomamos una cena rápida y nos equipamos con ropa de abrigo para las próximas etapas. Hay que afrontar la altura y la noche y a partir de la muela de Sarrión la sensación térmica puede descender mucho.

Salimos de Pina al cabo de unos 20 minutos para llegar a la rambla del Barruezo, cruzar la Autovía Mudejar y entrar en Aragón por la marca de la Piedra. Avanzamos por caminos en una zona llana de cultivos en las proximidades a la aldea de Fuen del Cepo y ya entrada la noche llegamos al barranco de Albentosa. Nos descalzamos para el cruce del rio y seguimos camino hacia el próximo control, en las proximidades de Manzanera.

De las siguientes etapas ya no guardo recuerdo más que del rítmico caminar por sendas sin fin en la oscuridad, solo guiados por el foco de luz de nuestras frontales y con la compañía del muñequito del GPS. Superamos la Muela de Sarrión y el control de avituallamiento y ya solo nos queda la última dificultad: la subida al pico Javalambre. Para ello tendremos que atravesar la Muela continuando el camino hacia el barranco de la Zarzuela. Son pistas sin fin en la oscuridad en las que todo alrededor e incluso el tiempo parecen detenidos, y sin embargo el viento frio pronto nos advierte de las proximidades de las laderas del pico. Encaramos el barranco de la Chaparrosa hacia la cumbre con bastante dificultad debido a la inexistencia de senda ni nada que se le parezca. Al final del barranco ya solo queda ascender esquivando los intrincados matorrales de sabina que nos cierran el camino por todas partes.

Por fin hacemos cumbre y sin apenas detenernos en el control iniciamos la bajada hacia el refugio Rabadá y Navarro, fin del trayecto. El descenso discurre un tramo por las pistas de esquí y después continúa por la senda GR próxima a ellas. Sin embargo, esta senda se pierde poco a poco entre la vegetación de la ladera y acabamos por salirnos completamente de la ruta. No hay forma, estamos a tan solo unos metros de la senda pero somos incapaces de recuperarla. Subimos la ladera, la bajamos, nos enredamos por la maleza pero no podemos dar con la ruta. Por fin, es Jarrod quien da con la senda. Ya tranquilos continuamos camino. Estos despistes apenas a unos kilómetros del final son fastidiosos. Pero no será el último. De repente la senda desemboca en una amplia extensión negra y completamente lisa. No tenemos ni idea de lo que es, no hay marcas, la niebla nos impide ver más allá de unos metros pero, además, lo único que se ve es que no hay nada. Nos sentimos completamente perdidos. Aferrándonos al muñequito del GPS vamos avanzando con cuidado puesto que casi no vemos ni donde apoyamos los pies. Por fin me doy cuenta, ¡es el aparcamiento de la estación de esquí! El asfalto del aparcamiento es muy oscuro y sin marcas con lo cual nos parece estar avanzando sobre un negro vacío, con temor de dar realmente un mal paso y caer por cualquier terraplén. Avanzamos con cuidado sin saber muy bien dónde estamos ni adónde nos dirigimos. Si en ese momento nos estuvieran viendo a plena luz del día no dejaría de ser chocante ver a dos caminantes andando con tanto tiento por una extensión completamente llana y sin obstáculos. Finalmente llegamos al borde del aparcamiento donde una valla metálica nos detiene. Después de probar por varios sitios suponemos que hay que continuar unos metros por la carretera de acceso al aparcamiento hasta dar con otra senda ya hacía el refugio. Por fin podemos continuar ya con el camino más definido y sin más dudas llegamos al refugio.

En el refugio todo el mundo está durmiendo…  Bueno no, por fin alguien nos recibe y damos por finalizada la carrera, poco antes de las 5.30h de la madrugada, después de tantas horas de atravesar sendas, caminos, barrancos y montañas, con lluvia, viento, niebla y frio. Aún sin sentirme muy satisfecho con el desarrollo de la carrera, hemos conseguido un resultado digno. Jarrod y yo hemos llegado con 22:25h en los puestos 7 y 8 de un total de 19. El tiempo del vencedor, 16:25h.

Ducha reparadora, litera y saco de dormir. A las pocas horas ya estoy despierto de nuevo. Un buen desayuno y un paseo por la zona. Subo por la carretera del refugio hacia las pistas de esquí para intentar comprender los despistes de la llegada. En efecto, el aparcamiento es muy amplio y sin referencias, y el asfalto negro. No es de extrañar que en medio de la noche y con niebla tuviéramos esa sensación de absoluta pérdida de orientación al no ver prácticamente ni el suelo que pisábamos.
Hace frio. Las nubes se cierran sobre la estación de esquí y volutas de niebla me van envolviendo. Estoy todavía flojo por la carrera del día anterior así que me encamino de nuevo hacia el refugio para tomar un almuerzo y una cerveza con los compañeros.

lunes, 6 de agosto de 2012

JAVALAMBRE COMO META



Quizá fuera por los recuerdos de la niñez, quizá por peregrinar a una especie de “Camino de Santiago” particular, o bien pudiera ser, simplemente, por afrontar un reto más, el caso es que a las 4:15 de la madrugada sonó el despertador, a las cinco montaba en la bici desde la puerta de casa y a las nueve de la noche regresaba con 246 km recorridos y los 2020 m de altura del pico Javalambre conquistados.
Antena desde el vértice geodésico
Antena de comunicaciones del pico Javalambre desde el vértice geodésico
 Mis primeras nociones de Javalambre me llevan a Camarena de la Sierra, a los pies del pico, donde mis padres disfrutaron de varios veranos magníficos. Fuentes, excursiones, tormentas de verano, buena comida y mejores aguas. Yo no había nacido, pero viendo las fotos en blanco y negro puedo evocar fácilmente aquellas vivencias. Eran los años cincuenta, con la posguerra superada y aprendiendo a vivir de nuevo.
Años más tarde, Javalambre fue el primer lugar donde sentí la montaña y donde me calcé unos esquís. Donde descubrí el placer de beber de un manantial de agua helada, o el olor de las chimeneas humeantes. Las casas de piedra, las calles empedradas y el sonido de las pezuñas de los rebaños regresando al corral.
Ahora todo esto me parecen recuerdos de otra vida. En el pueblo han aparecido urbanizaciones de apartamentos. Los dos viejos olmos de las plazas han sido talados. A Javalambre se sube por una cómoda pista y el camino antiguo se ha convertido en una turística “senda fluvial”. Es el precio del progreso, que seguro que es necesario, pero me resulta imposible evitar cierta sensación de pérdida.
El último árbol, a casi 2000 m de altura
 Javalambre se cruzó de nuevo conmigo en la primera carrera de larga distancia y resistencia por montaña que hice de la mano de Tomás. Desde Alfondeguilla, en la sierra de Espadán, hasta Camarena de la Sierra, pasando por el pico Javalambre, 107 km en más de 20 horas. En tres ocasiones la hice y siempre fue en esa montaña donde encontré las condiciones más extremas.
Hace unos meses comencé a hacer rutas en bici: varias salidas en grupo y muchos entrenamientos en solitario. También una carrera con mi amigo Javi, en el norte, en Cantabría,  durísima. Empecé a explorar rutas. La Vía Fluvial estaba ya muy trillada, la Vía Verde Ojos Negros también. Fui recorriendo la sierra Calderona, Gátova, Altura, el puerto de Montmayor, Alcublas, Viver, Caudiel, Barracas, Sarrión,  y sin darme cuenta me iba aproximando de nuevo a Javalambre. Empecé a plantearme hacer cumbre. Para ello tenía que acercarme lo suficiente en coche para atacar la montaña desde una distancia prudencial. Lo intenté desde Barracas cruzando por caminos entre Manzanera y Albentosa, subiendo a la Muela de Sarrión y alcanzando el barranco de la Zarzuela para subir al pico por el camino de Los Pelaos. En diciembre pasado lo conseguí, ya con nieve desde la cota 1700, con las manos, los pies, la cara y el agua del bidón congelados y sufriendo con el permanente viento de esta montaña.
Terminando la carrera "Los 10.000 del Soplao"
Repetí la experiencia tres veces más, afortunadamente sin las temperaturas extremas de la primera. Saliendo también desde Barracas, pero subiendo por la Vía Verde Ojos Negros hasta Sarrión y desde allí por el camino de la Muela hasta el barranco de la Zarzuela enlazando con el recorrido anterior. Otra vez, haciendo la Matahombres, subiendo por el camino de la vertiente sur en el segundo bucle del recorrido. Y también, desde Arcos de las Salinas, una pista cómoda pero con un desnivel importante: 1000 m en poco más de 15 km. En total, fueron cuatro ascensiones a Javalambre desde todos los ángulos. 
Pero cuando superponía en el mapa las distintas rutas que había ido recorriendo en mis entrenamientos se iba forjando lo que sería el proyecto definitivo: la subida a Javalambre desde Valencia. La primera opción pasaba por subir por la Vía Verde Ojos Negros hasta Sarrión y de ahí al pico. Serían más de 150 km, por lo que tenía que pensar en hacer noche y regresar al día siguiente. Empecé a estudiar un camino alternativo que sirviera para el regreso, de modo que pudiera montarse una ruta circular, y me di cuenta que podía enlazar la Vía Fluvial del Turia con Liria, de modo que siguiendo la CV-345 podría pasar por Villar del Arzobispo, Higueruelas, La Yesa, Arcos de las Salinas y de ahí al pico. Hice recorridos parciales para estimar el tiempo total y obtuve una cifra muy asequible: unas siete horas para el regreso desde el pico hasta Valencia. Rehice los cálculos en sentido inverso y comprobé que tan solo tenía que añadir dos horas más. Sumé las dos cifras y el resultado eran ¡dieciséis horas! frente a las cerca de diecinueve que me costaría la ruta circular. Entonces, ¿por qué empeñarme en hacer una ruta circular? Rápidamente tomó forma en mi mente el proyecto: ida y vuelta por la ruta de Arcos de las Salinas. ¡Era viable en una sola jornada! Y si era viable, ¿por qué no hacerlo? Tenía el entrenamiento adecuado, conocía todos los tramos del recorrido puesto que lo había hecho por parciales y había subido cuatro veces al pico en estos últimos meses. Las dificultades: cargar con el peso del avituallamiento para toda la jornada y mantenerme sobre la bici las horas necesarias.
La ruta: 246 km ida y vuelta
Pero la decisión ya estaba tomada. Ahora había que planificar los recursos, estimar mejor los tiempos e incluso suspender todo entrenamiento en los últimos días para reservar fuerzas. El equipo debía ser mínimo para evitar un peso excesivo, pero a la vez me tenía que garantizar una jornada entera de dieciséis horas de esfuerzo como mínimo. Saldría con cuatro litros de agua, dos bocadillos, dos naranjas, un puñado de dátiles y suplementos energéticos de bolsillo (es decir, chuches, todo un descubrimiento). En cuanto a ropa, el imprescindible chubasquero y una prenda de manga larga por si hubiera mal tiempo en el pico. A ello añadir el equipo de la bici: luces para el tramo nocturno, cámara de repuesto, bombín, parches y tronchacadenas. Y ya puestos, cómo no, para dejar constancia de la experiencia: un GPS para grabar el track y una cámara para fotografiar el esfuerzo. Con los 13,5 kg de la bici, fácilmente iba a alcanzar los 20 kg como peso total que mis piernas deberían mover. ¡Mejor que no lo supieran!
Suena el despertador a las 4:15. Me levanto somnoliento y entumecido. Necesitaré bastante tiempo para activar el cuerpo. Me refresco la cara con agua y tomo el desayuno. Preparo la mochila con la comida, el agua y el resto del equipo. Reviso la bici y mientras oigo las campanadas de las 5 de la madrugada abro la puerta y salgo a la calle.
Km 0: principio del camino en el parque de Cabecera
En pocos minutos alcanzo el parque de Cabecera y me encuentro pedaleando ya en la oscuridad de la Vía Fluvial del Turia. La luz de la linterna frontal hace brillar los ojos de todos los animalillos que se cruzan en  mi camino. Un conejo salta delante de mí y, como si fuera guiado por mi foco de luz, sigue corriendo delante unos metros hasta que se desvía por el borde del camino. Gatos, pájaros nocturnos, el camino está rebosante de actividad.
Alcanzo Ribarroja sin apenas vislumbrar el alba pero ya me cruzo con dos paisanos madrugadores. Me salgo del cauce del Turia por caminos de huerta para subir a Benaguacil donde, por un carril-bici que recupera un antiguo trazado de ferrocarril, llego a Liria.
Cruzando sobre el río, a punto de amanecer
Ya ha amanecido. Estoy en el carril-bici paralelo a la CV-35 que me conducirá a Casinos. Es una recta larguísima, de unos diez kilómetros, pero estoy al principio de la ruta y sin casi darme cuenta llego al pueblo. Me sorprende ver un par de bares con parroquianos desayunando, charlando y con periódicos. La gente aquí madruga, luego el sol aprieta demasiado.
Carril bici paralelo a la CV-35
En Casinos me desvío por la CV-345. Son 60 kilómetros de carretera hasta Arcos de las Salinas a través de Villar del Arzobispo, Higueruelas, La Yesa, Corcolilla, El Hontanar y El Collado. El primero de ellos, Villar del Arzobispo, se alcanza sin dificultad, apenas con un pequeño puerto que solo se hace notar por el peso de la mochila. Pero alcanzar Higueruelas ya cuesta más, el puerto es más largo y hay que reservar porque aún queda todo un mundo por recorrer. Es a partir de Higueruelas cuando viene la etapa más dura. Primero, hay que subir un nuevo puerto, justo a la salida del pueblo. Es largo, pero la perspectiva del almuerzo en la cima me anima. Así es, cuando culmino el puerto me paro a almorzar bajo la vigilancia de los molinos de viento todavía parados. Porque el viento no aparecerá hasta la tarde, cuando ya me venga de frente.
Por fin un descenso más pronunciado y largo que me lleva hacía lo que, posiblemente, sea el tramo más solitario de la ruta. Montañas onduladas y pinos. Aquí el paisaje es cada vez más verde y agreste. Ningún pueblo en veinte kilómetros de etapa hasta que, por fin, llego a las rectas bordeadas de pinares que apuntan a La Yesa.
En La Yesa salgo igual que entro: rectas larguísimas bordeadas de pinares hasta que, de repente, el paisaje cambia y los bosques se convierten en estepa. Mientras voy ganando altura paso cerca de los siguientes pueblos: Corcolilla, El Hontanar, El Collado y, cada vez más cerca, Aragón y el límite de la provincia de Teruel.


Por fin culmino el último puerto de asfalto y me lanzo a buena velocidad hacía Arcos de las Salinas. Llego a la entrada del pueblo y ahora sí, hay que reponer fuerzas porque el esfuerzo que viene a continuación es máximo: dos horas de ascenso, dieciséis kilómetros y mil metros de desnivel para superar. Vacío el agua sobrante, ya caliente, y repongo solo dos bidones de agua helada de la fuente, dejando vacías las dos botellas para aligerar peso. Termino el bocadillo, doy un último trago de la fuente y arranco con la mirada puesta en el camino hacía el pico.
Me encuentro pedaleando en las pronunciadas cuestas de ascenso con “todo el hierro metido”, con parsimonia, avanzando palmo a palmo, sabiendo que ya no hay más obstáculos, que el pico está al alcance de la mano. Pienso en la madrugada, hace casi siete horas. En los kilómetros que he dejado atrás, en los puertos que he subido y los pueblos que he atravesado. El sonido del rio Arcos me acompaña buena parte del camino, hasta que, paradójicamente, muere en su nacimiento. De vez en cuando el camino me da un respiro, solo para, detrás de la siguiente curva, reírse de mí con una pendiente todavía más dura.
Camino del pico Javalambre desde Arcos de las Salinas

El viento es fuerte ahora. Es frio, procedente de la cumbre que ya se adivina. Es emocionante pensar que tienes la cumbre al alcance. Pero entre esas emociones no dejo de pensar y calcular los tiempos. Realmente estoy cumpliendo con lo planificado como un reloj. Voy a llegar antes de las dos de la tarde, lo cual es importante si quiero empezar a pensar en la vuelta a casa.
Sabinas rastreras hacia la cumbre. El vértice geodéisco, la antena y la estación de esquí

Últimas cuestas, más duras, más lentas. Parece que tanto la bici como yo quisiéramos alargar este momento, el disfrute previo a la cumbre, el saber que lo vas a conseguir. Y así es, cuando doy la última pedalada, bajo de la bici y miro a mi alrededor: algo se ha perdido, un proyecto ha terminado. Solo queda el permanente viento de la cumbre y unos pocos minutos de serenidad ante el tremendo horizonte de 360 grados.
Vuelvo a la realidad después de comerme el segundo bocadillo y terminar el agua. Pasan diez minutos de las dos, hay que bajar y desandar el camino recorrido.
La bajada de Javalambre es frenética y por la diferencia de presión se me taponan los oídos. Estoy de nuevo en Arcos de las Salinas y son las tres de la tarde. Tengo frente a mí un primer puerto importante para subir de regreso y una duda: ¿seré capaz de llegar a casa? Bueno, la respuesta está en empezar a pedalear así que después de meter la cabeza en el agua helada de la fuente y beber hasta saciarme, emprendo la ascensión al puerto que me llevará de regreso a casa.
Y por fin, después de dejar atrás cada uno de los obstáculos del camino y notando como me he vaciado por dentro por el esfuerzo, me encuentro pedaleando de vuelta en el mismo camino polvoriento que esta madrugada hice en la oscuridad, en la Vía Fluvial del Turia.
Niños bañándose en el río, parejas paseando, otros ciclistas yendo y viniendo, son imágenes que veo como si fueran una película, no me parecen reales. Mi mundo ahora se reduce a una noria que gira sin cesar, los pedales, y al sonido crujiente de las ruedas en el camino. Todo ello ocupa mi mente y apenas percibo otras cosas.

Pero la realidad se impone y finalmente me encuentro con la llave en la cerradura abriendo la puerta de casa. Todavía no son las 9 y aún hay luz del sol. Han sido casi 16 horas y 246 kilómetros, ¿reales o imaginados? Tendré que revisar las fotos…

sábado, 26 de mayo de 2012

LOS 10.000 DEL SOPLAO


 Mi amigo Javi y yo vamos disfrutando estos últimos años de contarnos nuestras respectivas aventuras: él sobre la bici y yo sobre las zapatillas. Cada vez que vuelvo de una de mis carreras ahí está Javi con otra de las suyas, a cada cual más bestia que la anterior. Barro, lluvia, frio, calor y caídas, todo esto le acompaña en sus correrías, además de sus colegas de Maestre, entre los cuales sería difícil elegir al más animal de todos, Javi incluido.
Ya estará a punto de cumplirse un año desde que le mostré mi interés por la carrera que él mismo llevaba ya varios años haciendo, “Los 10.000 del Soplao”. Había leído sus crónicas y más o menos tenía cierta idea de lo que suponía. Muy dura, 165 km de pistas con un desnivel acumulado de 6.500 m, con seis puertos dando forma a un perfil infernal.
Su respuesta a mi interés fue bastante positiva: “Hombre, a sufrir ya estás entrenado… Ahora solo te falta aprender a ir en bici”. Con estos ánimos me propuse acumular kilómetros y kilómetros hasta hacer callo en cierto sitio. Empecé a pensar que podía afrontar el reto cuando me di cuenta de que no encontraba a nadie con quien entrenar. Combinaba rutas cortas de montaña con largas de resistencia en ruta. En total, desde enero hasta mayo hice 2.000 km, sin ningún incidente más allá de un solo pinchazo.
A todo esto cabría añadir el estricto marcaje de Javi sobre mi diario de entrenamientos y todos sus acertados consejos. Desde la elección de la máquina, hasta los detalles del equipo, la intensidad de los entrenamientos, duración y frecuencia. Sin este seguimiento y apoyo mi paso por la carrera hubiera sido lamentable.
Llegamos a mayo y al periodo de descuento para el día de la carrera. Relajación de los entrenamientos y preparación de los planes logísticos para el equipo y el viaje. De nuevo Javi es la pieza fundamental en estos momentos al ofrecer su casa en Bilbao para los días previos y la de un compañero en Cantabria para la carrera. El plan queda de la siguiente forma: coincidimos en Madrid de donde partimos los dos hacia Bilbao. Allí pasamos un par de días que aprovechamos para entrenar con una subida corta pero muy intensa al Pagasarri. Esto me permite comprobar lo que ocurre cuando se maneja mal el cambio. Culminando el monte parto la cadena y me encuentro pedaleando en vacío con la cadena colgando. Pero así es Bilbao: todo lo que habíamos subido toca bajarlo y, sin apenas dar una pedalada más, llegamos a Maestre donde nos reparan la avería.
Llega el viernes y la llovizna. Toca trabajar en la oficina de Bilbao y conocer a los compañeros del lugar. Llamadas, gestiones y café. La mañana se va rápidamente y con el inicio de la tarde vamos cerrando la jornada laboral. Javi se adelanta unos minutos a Maestre para preparar el transporte a Santander y lo deja bien acordado. Los compañeros de la tienda nos harán el favor de llevárnoslas a la carrera. Nosotros iremos por nuestros medios a la casa que nos han prestado en el pueblo. En una hora más tendremos el equipaje preparado y partiremos hacia Cabezón de la Sal, origen de la carrera.
La llovizna continúa prácticamente sin interrupción durante el viaje y solo nos da un respiro durante unas pocas horas de la tarde. Llegamos a Santander y tras una corta parada logística para avituallarnos y recoger las llaves de la casa, continuamos hacia Cabezón de la Sal. Ocupamos una preciosa casa de una planta con parcela y jardín a unos 5 km de Cabezón, en la urbanización de Periedo. Nos instalamos y por fin salimos a por los dorsales.
Cabezón de la Sal está ocupado por la carrera. En realidad son cuatro carreras: bici de  carretera, ultra-trail de montaña, combinada y la nuestra, la BTT, que es la que agrupa el mayor número de participantes, alrededor de 8.000 ciclistas. El pueblo entero se vuelca para la organización y por las calles no se ve ni se habla de otra cosa. Nos dirigimos a las carpas de la organización para recoger los dorsales. Bicis espectaculares en exposición, puestos de venta de recuerdos, ambiente festivo y deportivo que satura la población. Entre la gente que abarrota el parque donde se ubican los pabellones conseguimos introducirnos y encontrar nuestras filas donde, después de una corta espera, conseguimos nuestros dorsales. Ya tenemos el primer trofeo, ahora toca disfrutar del ambiente paseando por las calles. Y para mi sorpresa, de repente, oigo como me llaman. Dioni, experto corredor de la Titan Desert, me saluda entre la gente. Acaba de llegar desde Barcelona y, aunque lesionado, va a intentar cumplir con la carrera. Charlamos un rato y nos despedimos deseándonos suerte.
La lluvia nos visita de nuevo así que terminamos tomando unas cervezas en uno de los muchos bares abarrotados. Esperamos a que escampe un poco, pero ocurre lo contrario y finalmente, bastante mojados, alcanzamos el coche para regresar a la casa.
Con la llegada de la noche la lluvia no cesa. Ya se presagia lo que nos espera al día siguiente. Recogemos las bicis y vamos preparando el equipo de carrera: mochila y ropa. Acabamos la jornada con una cena rápida y el descanso antes de la carrera. Discutimos la mejor forma de llegar a la carrera, en bici, en coche, a qué hora… Aún contra el criterio inicial de Javi, decidimos salir sobre las 7.30 para llegar tranquilamente antes de las 8h a la salida.
Por fin amanece. Como siempre, antes de las carreras, el sueño es intranquilo y corto, y lo que más pide el cuerpo en este momento es iniciar la actividad. Desayunamos, damos los últimos retoques al equipo, últimas comprobaciones y partimos de nuevo con una fina llovizna hacia la salida.
Allí nos esperan las calles repletas de ciclistas y ni de lejos somos capaces de ver el arco de salida. Comprendo la intención de Javi de llegar después de las 8h porque hasta 20 minutos después del disparo que marca la salida la cola no empieza a moverse.
Por fin empezamos a avanzar, primero a pie empujando la bici y al poco rato podemos montar, cuando empiezan a abrirse espacios. Un río de bicis ocupa todas las calles del pueblo hacia la salida. Hay muy buen ambiente y mucha gente animando la carrera. Un par de kilómetros de asfalto y pronto nos internamos en lo que va a consistir toda la jornada: lluvia y barro.
Es sorprendente la cantidad de pequeños incidentes que van jalonando estos primeros kilómetros. Desde unas gafas tiradas en el suelo que no acierto a esquivar y que acaban partidas por mi rueda hasta multitud de pinchazos o cosas peores. También los nervios pasan factura y las incontinencias que proliferan tienen que ser resueltas apresuradamente en el borde del camino. Aun siendo multitud, el avance es bastante rápido y buscando huecos se puede mantener un buen ritmo. Solo se resiente cuando aparece un repecho, donde hay que tener especial cuidado en no atropellar a los que nos preceden y asimismo controlar bien la velocidad sin frenazos bruscos para no provocar sorpresas a los que nos siguen. La llovizna no es molesta, sobre todo para los que no llevamos gafas ya que estas se convierten en un incordio más que en una protección. El barro que levantan las ruedas salpica todo el cuerpo, especialmente la cara, y frecuentemente afecta a los ojos. En medio del grupo no se llega a percibir que rueda levanta la cortina de agua y la única solución es levantar la cara para evitar por lo menos la que sale disparada de la rueda propia.
Los 165 kilómetros del recorrido forman dos bucles unidos por una cuerda. El primer bucle nos permite sortear los puertos de menor dificultad y nos dirige hacia la reserva natural de Saja-Nansa: San Esteban, San Antonio, El Soplao y Monte Aa. En la cuerda que une ambos bucles nos encontraremos con El Moral, puerto que ya alcanza los 1.000 m de altura y que se supera dos veces, a la ida y a la vuelta. El segundo bucle es el que conlleva la mayor dificultad al ascender a Fuentes y a Ozcava, ambos con más de 1.250 m, en plena reserva natural del Saja.
Las primeras subidas son ligeras en dirección a San Esteban. Pronto empieza un buen descenso que nos lleva a las proximidades de Comillas y al curioso paisaje de Rioturbio, donde en la distancia se adivina San Vicente de la Barquera. A partir de este momento ya no nos quitaremos el barro de encima, solamente diluido por el agua de la lluvia.
Tras el corto ascenso a San Antonio nos dirigimos hacia Caviedes donde tenemos un primer avituallamiento. Apenas paramos para comernos unos plátanos y continuamos hacia Valdáliga y La Cocina, donde empieza una ascensión más seria, la que da nombre a la carrera: El Soplao. Justo a la salida de La Cocina nos encontramos con una pendiente de más del 10% que provoca un tremendo atasco. No tanto por la pendiente en sí, sino por el estado del terreno, lleno de piedras y barro, que imposibilita el avance del pelotón. Todos echamos pie a tierra (a barro mejor dicho) y tiramos de las máquinas como mejor podemos. La zona de las Lastras pone fin a este padecimiento y encaramos la subida por una carretera en construcción hacia las Cuevas del Soplao. Lástima no poder disfrutar de una tranquila visita a su interior porque son una verdadera maravilla donde se conjuga la arqueología industrial de unas antiguas minas con unas formaciones únicas en el mundo, un tipo de estromatolitos formados por microorganismos a través de la fotosíntesis, un misterio científico dadas las condiciones de oscuridad del interior de las cuevas.
Volviendo a la carrera, el misterio científico en nuestro caso consiste en cómo poder avanzar sobre la especie de pasta pegajosa en que se ha convertido el camino, hundiéndose casi un palmo las ruedas en el barro. Por fin terminamos con este calvario y tras parar unos minutos en el segundo avituallamiento al culminar El Soplao, enfilamos la bajada hacia Celis y Puentenansa. La bajada es especialmente divertida por una pista convertida en trialera por la erosión del agua. Bajamos con cuidado siendo adelantados por los que prefieren lanzarse a tumba abierta. Curiosa la imagen de uno de ellos, de los más lanzados, kilómetros más tarde, empujando su máquina cuesta arriba con algún problema. Con todo ello, la bajada es para disfrutar si se tiene la suficiente seguridad. Tras unos cortos repechos y descensos comienza en Carmona la que es la siguiente dificultad importante de la carrera: el Monte Aa.
Ahora el desgaste empieza a hacerse notar y la subida a este segundo puerto, más expuesto al viento que el anterior, me muestra lo que llegará después. Arriba, en el collado, hace frio. Seguimos mojados, desde la cabeza hasta los pies. Las manos a veces sufren también a pesar de los guantes, ya han calado el agua y el viento impide mantener la temperatura suficiente.
Tomamos con ganas el descenso del puerto que disfrutamos por la suavidad de la pista en contraste con anteriores tramos. El agua que baja acanalada sale disparada hacia arriba al contacto con las ruedas formando una especie de surtidor que nos da en plena cara. A mitad descenso Javi se para a un lado. Tiene las gafas completamente sucias de barro y necesita limpiarlas. Me grita que siga, que ya me alcanzará después. Una lástima porque será el último momento en el que nos veamos durante la carrera.
Continúo la bajada hasta que se va suavizando y, prácticamente ya en falso llano, enlaza con la carretera que llega a Ruente. Aquí hay bastante público a los costados, incluso creando situaciones de peligro por la caída que luego veré en un video. La lluvia no impide que los aficionados vengan a animar, lo cual es de agradecer dadas las condiciones en las que algunos empezamos a encontrarnos. Justo en el cruce de un curioso puente dentro del pueblo me encuentro con la familia de Javi. Me saludan y paro a charlar un momento, esperando que me dé alcance. Aprovechamos para sacar una foto de recuerdo pero Javi no llega. Pasan los minutos y finalmente, en vista de que me estoy enfriando, insisten en que continúe la marcha. Efectivamente, me fijo en que la gente va bastante abrigada y los paraguas son imprescindibles. No me doy mucha cuenta, pero la lluvia está arreciando y con el cansancio, el agua y el frio, llega el peligro de la hipotermia. Reemprendo la marcha ya no tan consciente del recorrido que tengo ante mí como de las malas sensaciones que empiezan a acecharme.
Se podría decir que la carrera empieza realmente ahora ya que tenemos los cuatro puertos más difíciles por delante: El Moral, Fuentes, Ozcava y de nuevo El Moral en los 105 km que quedan. Sin embargo, ni física ni mentalmente me encuentro preparado después del desgaste acumulado en estos pocos pero intensos 60 km que llevamos recorridos. Avanzo hacia el avituallamiento de Campa Ucieda, donde espero recuperar fuerzas. Pronto la comodidad de la carretera se acaba y tomando un desvío alcanzo chapoteando el avituallamiento en una explanada. Es el  más grande de los que he visto hasta ahora. Varias carpas protegen a los voluntarios de la lluvia y en todos los mostradores hay cajas repletas de bocadillos y bebida. Dejo la bici entre los charcos del suelo y me dirijo hacia los bocadillos con avidez. Conseguirlos no es difícil, lo complicado es comer sin mojarse, hasta tal punto que resulta imposible permanecer mucho tiempo allí. El espacio dentro de las carpas es totalmente insuficiente para la cantidad de ciclistas que se resguardan de la lluvia. Ni como lo suficiente, ni descanso, porque empapado de arriba abajo lo único que estoy consiguiendo es enfriarme. Así y todo no dejo de fijarme en los ciclistas que van llegando con la esperanza de encontrar a Javi. Cojo otro  bocadillo y mientras lo devoro rápidamente voy preparándome ya para volver al camino. No veo recuperación posible por estar más tiempo aquí, más bien al contrario porque lo que necesito no lo tengo: un recambio completo de ropa seca.
Empieza ya la ascensión a El Moral con rampas pronunciadas pero asequibles. Intento mantener un ritmo similar al de las etapas anteriores, pero me resulta imposible y compruebo para mi desánimo como la mayoría de ciclistas van adelantándome. Así y todo, mantengo las suficientes fuerzas para continuar con la tranquilidad añadida de poder manejar mi propio ritmo. Sin conocer el terreno y sin haber tomado ninguna referencia previa, la ascensión se me hace bastante larga. Entre el bosque voy viendo también como se cruzan con nosotros los corredores de la ultra-trail a través de las sendas. El bosque deja paso a los prados y la lluvia a los claros. Como siempre en la montaña, todavía llega a vislumbrarse el sol al alcanzar cotas más altas sobre las nubes. Sin embargo, no es más que un espejismo porque al poco rato las nubes vuelven a cerrarse a nuestro alrededor.
Sigo subiendo con la esperanza de ver el final del puerto tras cada curva. El sol me había dado un respiro pero con las nubes vuelve el frío al cuerpo a pesar del esfuerzo. De repente oigo que viene a mi encuentro en sentido contrario el sonido de una moto: ¡es la cabeza de carrera! Nos van avisando para que dejemos paso a los primeros, para evitar un choque que podría resultar muy grave. Efectivamente, a los pocos minutos aparece de cara otra moto a toda velocidad. Detrás de la moto, y yo diría que pidiendo paso, llega el primero de la carrera. Con la cara tensa por la concentración del descenso y, sobre todo, por el miedo a que alguno de los “pringaos” que todavía estamos subiendo se le cruce. Llega el segundo y después alguno más, pero no son muchos los que cruzamos antes de coronar el puerto. Por fin alcanzamos el collado y allí mismo el avituallamiento.
Necesito repensarme la carrera. Estoy en el kilómetro 78, han sido 13 km de puerto para superar 760 m de desnivel. Por delante un descenso largo y después lo más duro: Fuentes. A Ozcava se sube posteriormente sin haber perdido mucha altura, pero luego hay que volver a El Moral. Sin embargo, no me preocupa tanto las subidas como las bajadas. Estoy tiritando de frio. El Moral está a 1.000 m de altura, cierto que no es mucho, pero sigo empapado y el viento, aunque es ligero, atraviesa prácticamente todas las capas que llevo.
Afortunadamente no llueve, así que dejo la bici a un lado y trato de reponerme un poco. Saco de la mochila una camiseta térmica que me pongo debajo de todo lo demás. Con ello intento mantener de nuevo una capa seca contra la piel. También me pongo unas mallas largas para protegerme mejor las piernas. Sin embargo, para las manos no tengo remedio ya que los guantes están inservibles. Después de haber repuesto fuerzas en el avituallamiento intento observar a mi alrededor. Hay pequeños grupos de ciclistas recuperándose del esfuerzo, pero no es un lugar para permanecer mucho tiempo. He dejado de tiritar pero no me quito el frio del cuerpo y tengo las manos y los pies entumecidos. El viento del puerto es frio y la sensación térmica con la humedad debe estar cercana a los 0ºC.
Vuelvo a coger un último botellín del avituallamiento y entonces escucho las noticias que están recibiendo desde el siguiente control, en Bárcena. Debido al granizo, la niebla y el frio en el puerto de Fuentes, están cortando la carrera en el cruce con la carretera de Bárcena y envían a los corredores de regreso. Hay muchos casos de hipotermia y no quieren meter al grueso de la carrera en esas condiciones. En el estado en que me encuentro casi agradezco esta noticia ya que cada vez veía más difícil poder continuar. Me doy cuenta de que muchos corredores han tenido asistencia en algunos puntos del camino para poder cambiarse de ropa, pero yo, sin más ropa de recambio no creo encontrarme en condiciones de seguir si, como están advirtiendo, el frio, la niebla y la lluvia arrecian en el puerto.
Aunque  bastantes corredores se dan la vuelta allí mismo, yo decido bajar el puerto hasta el punto de corte, en la carretera de Barcena. La bajada me hiela hasta los huesos y tengo que frenar bastante para evitar el mordisco del aire frio. De repente se me frena la rueda trasera. No sé qué ocurre, pero sin tocar la maneta de freno la rueda está prácticamente bloqueada. Tengo que parar y revisar el problema pero no encuentro nada más que barro. Monto de nuevo y, aparte de un fuerte ruido de roce puedo seguir sin más problemas. A lo largo del recorrido había ido notando como el barro en la cadena se dejaba sentir con crujidos en su movimiento. En el caso de los frenos todavía no me había encontrado con ningún problema hasta ahora. Pienso que el roce con el barro ha provocado un desgaste excesivo que ha afectado al pistón hidráulico, pero como puedo continuar no le doy más importancia. Además, veo que no soy el único con algún incidente en los frenos porque veo delante de mí a un ciclista frenando como hacíamos de críos: ¡con la zapatilla en la rueda!
En todo caso, para mí, en este momento éste es el menor de mis problemas, que siguen concentrados en el frio. Sigo bajando el puerto y cada vez son más los ciclistas que me encuentro de regreso. Algunos de ellos incluso me avisan: ¡esto se ha acabado, la carrera está cortada! Alcanzo a un corredor que me pregunta por los que suben de regreso y le confirmo el corte de la carrera. ¡Lástima, llevaba todo el año preparándose para el evento!
Por fin llegamos al cruce de la carretera de Bárcena, donde se han agrupado multitud de ciclistas sin saber qué hacer. De repente voces: “¡Dejad paso, dejad paso!”. Se trata de uno de los que han conseguido superar los puertos de Fuentes y Ozcava y vuelve de regreso. Pero aquí sigo, atascado en este punto con un montón de corredores sin decidirme. Voy preguntando, tratando de averiguar si finalmente se puede seguir, pero veo confirmado el corte de la carrera y que muchos de los ciclistas empiezan a tomar el camino de regreso.
Esto supone una liberación para mí, teniendo en cuenta las malas condiciones en las que me encuentro, tanto físicas como anímicas. No sé nada de Javi, así que aprovecho la parada para llamarle con el móvil. Nada, no hay respuesta. Aunque muchos permanecen a la espera, veo como hay un goteo de corredores que va tomando el camino de regreso. Finalmente lo confirmo con la organización y me indican otra alternativa para el regreso mucho más sencilla que volver a subir a El Moral: tomar la carretera de Bárcena de regreso a Cabezón de la Sal. Son tan solo unos 30 km de asfalto sin grandes desniveles.
Con la carrera abortada tomo el camino de regreso más sencillo, no tiene sentido para mí volver a subir el puerto de El Moral. Enfilo la vuelta intrigado por la falta de noticias de Javi, no sé dónde puede estar. Las sensaciones vuelven a ser buenas ahora de regreso. Aun teniendo en cuenta que podría haber continuado por mi cuenta, considero que en mis condiciones hubiera sido una temeridad. De hecho, el motivo de cerrar la carrera era justamente la dificultad de asistir a la multitud de corredores que podrían haber sufrido hipotermias en Fuentes y Ozcava.
La carretera de regreso es agradable y permite llevar un ritmo bastante ligero. Parece que, con el abandono de la carrera, el cansancio y el frio han remitido. A pesar de no haber culminado, no voy a dejar que esto se convierta en un paseo, así que manejo el cambio y le meto algo de potencia disfrutando de estos kilómetros con más velocidad. Pronto alcanzo Ruente, el pueblo donde perdí el contacto con Javi y continúo hacia Cabezón de la Sal. Unas rectas rápidas me llevan a la entrada del pueblo y con un corto callejeo alcanzo la meta. No es que tenga interés en salir en la foto, sobre todo no habiendo hecho la carrera completa, pero espero encontrarme con Javi por los alrededores. Paso la meta y oigo mi nombre. Casi me dan ganas de esconder la cabeza. Sin embargo, todos los que estamos entrando en estos momentos venimos del corte de la carrera, por lo que no tengo motivos para ocultarme. Cruzo la meta y recojo un botellín que bebo rápidamente. No tengo nada más que hacer aquí, así que monto de nuevo y me dirijo hacia la casa donde estamos alojados, a 5 km del pueblo.
Entro y por fin me encuentro con Javi que ha llegado una hora antes. El misterio queda resuelto. Deducimos que justo cuando yo paré en Ruente para saludar a su familia, con la distracción de la foto y la charla debió adelantarse sin darnos cuenta. A partir de ahí,  mientras yo reducía la marcha para que me diera alcance, él a su vez iba cada vez más rápido suponiendo que me mantenía delante. Con la parada en Campa Ucieda las diferencias debieron ampliarse mucho más. Y luego, en la subida al puerto, el ritmo que se impondría Javi hubiera sido imposible de mantener para mí. Con todo ello y habiéndose encontrado con el corte de carrera, Javi tomó la misma decisión y en el cruce con la carretera de Bárcena dio la vuelta hacia Cabezón de la Sal. El resultado es que él entró en meta deteniendo el crono a las 7h10’ y yo a las 8h22’.
Aunque con el resultado frustrado, la carrera no ha dejado de ser una muy buena experiencia. En total han sido 122 km sumergidos en una climatología muy desfavorable. A la dificultad de plantear una carrera sin referencias previas hay que añadir la constante lluvia que con las bajas temperaturas me fue mermando las fuerzas. Pese a ir equipado con un buen maillot y cortavientos, las condiciones hacían imprescindible el típico chubasquero como he visto luego en muchos videos. También hubiera sido necesario un recambio de guantes y unos protectores de neopreno para los pies. Respecto de la planificación del recorrido, creo que Ruente marca el inicio de las verdaderas dificultades con la ascensión a El Moral y el resto de puertos, y la clave está en llegar a ese punto muy bien de fuerzas, evitando un desgaste excesivo hasta allí.
Así y todo, estoy muy satisfecho con el resultado completo. La experiencia vivida ha sido apasionante y me ha permitido encontrarme con lo mejor y lo peor en una carrera.
Por supuesto, nada de esto hubiera sido posible sin el apoyo de Javi y su familia.