sábado, 26 de mayo de 2012

LOS 10.000 DEL SOPLAO


 Mi amigo Javi y yo vamos disfrutando estos últimos años de contarnos nuestras respectivas aventuras: él sobre la bici y yo sobre las zapatillas. Cada vez que vuelvo de una de mis carreras ahí está Javi con otra de las suyas, a cada cual más bestia que la anterior. Barro, lluvia, frio, calor y caídas, todo esto le acompaña en sus correrías, además de sus colegas de Maestre, entre los cuales sería difícil elegir al más animal de todos, Javi incluido.
Ya estará a punto de cumplirse un año desde que le mostré mi interés por la carrera que él mismo llevaba ya varios años haciendo, “Los 10.000 del Soplao”. Había leído sus crónicas y más o menos tenía cierta idea de lo que suponía. Muy dura, 165 km de pistas con un desnivel acumulado de 6.500 m, con seis puertos dando forma a un perfil infernal.
Su respuesta a mi interés fue bastante positiva: “Hombre, a sufrir ya estás entrenado… Ahora solo te falta aprender a ir en bici”. Con estos ánimos me propuse acumular kilómetros y kilómetros hasta hacer callo en cierto sitio. Empecé a pensar que podía afrontar el reto cuando me di cuenta de que no encontraba a nadie con quien entrenar. Combinaba rutas cortas de montaña con largas de resistencia en ruta. En total, desde enero hasta mayo hice 2.000 km, sin ningún incidente más allá de un solo pinchazo.
A todo esto cabría añadir el estricto marcaje de Javi sobre mi diario de entrenamientos y todos sus acertados consejos. Desde la elección de la máquina, hasta los detalles del equipo, la intensidad de los entrenamientos, duración y frecuencia. Sin este seguimiento y apoyo mi paso por la carrera hubiera sido lamentable.
Llegamos a mayo y al periodo de descuento para el día de la carrera. Relajación de los entrenamientos y preparación de los planes logísticos para el equipo y el viaje. De nuevo Javi es la pieza fundamental en estos momentos al ofrecer su casa en Bilbao para los días previos y la de un compañero en Cantabria para la carrera. El plan queda de la siguiente forma: coincidimos en Madrid de donde partimos los dos hacia Bilbao. Allí pasamos un par de días que aprovechamos para entrenar con una subida corta pero muy intensa al Pagasarri. Esto me permite comprobar lo que ocurre cuando se maneja mal el cambio. Culminando el monte parto la cadena y me encuentro pedaleando en vacío con la cadena colgando. Pero así es Bilbao: todo lo que habíamos subido toca bajarlo y, sin apenas dar una pedalada más, llegamos a Maestre donde nos reparan la avería.
Llega el viernes y la llovizna. Toca trabajar en la oficina de Bilbao y conocer a los compañeros del lugar. Llamadas, gestiones y café. La mañana se va rápidamente y con el inicio de la tarde vamos cerrando la jornada laboral. Javi se adelanta unos minutos a Maestre para preparar el transporte a Santander y lo deja bien acordado. Los compañeros de la tienda nos harán el favor de llevárnoslas a la carrera. Nosotros iremos por nuestros medios a la casa que nos han prestado en el pueblo. En una hora más tendremos el equipaje preparado y partiremos hacia Cabezón de la Sal, origen de la carrera.
La llovizna continúa prácticamente sin interrupción durante el viaje y solo nos da un respiro durante unas pocas horas de la tarde. Llegamos a Santander y tras una corta parada logística para avituallarnos y recoger las llaves de la casa, continuamos hacia Cabezón de la Sal. Ocupamos una preciosa casa de una planta con parcela y jardín a unos 5 km de Cabezón, en la urbanización de Periedo. Nos instalamos y por fin salimos a por los dorsales.
Cabezón de la Sal está ocupado por la carrera. En realidad son cuatro carreras: bici de  carretera, ultra-trail de montaña, combinada y la nuestra, la BTT, que es la que agrupa el mayor número de participantes, alrededor de 8.000 ciclistas. El pueblo entero se vuelca para la organización y por las calles no se ve ni se habla de otra cosa. Nos dirigimos a las carpas de la organización para recoger los dorsales. Bicis espectaculares en exposición, puestos de venta de recuerdos, ambiente festivo y deportivo que satura la población. Entre la gente que abarrota el parque donde se ubican los pabellones conseguimos introducirnos y encontrar nuestras filas donde, después de una corta espera, conseguimos nuestros dorsales. Ya tenemos el primer trofeo, ahora toca disfrutar del ambiente paseando por las calles. Y para mi sorpresa, de repente, oigo como me llaman. Dioni, experto corredor de la Titan Desert, me saluda entre la gente. Acaba de llegar desde Barcelona y, aunque lesionado, va a intentar cumplir con la carrera. Charlamos un rato y nos despedimos deseándonos suerte.
La lluvia nos visita de nuevo así que terminamos tomando unas cervezas en uno de los muchos bares abarrotados. Esperamos a que escampe un poco, pero ocurre lo contrario y finalmente, bastante mojados, alcanzamos el coche para regresar a la casa.
Con la llegada de la noche la lluvia no cesa. Ya se presagia lo que nos espera al día siguiente. Recogemos las bicis y vamos preparando el equipo de carrera: mochila y ropa. Acabamos la jornada con una cena rápida y el descanso antes de la carrera. Discutimos la mejor forma de llegar a la carrera, en bici, en coche, a qué hora… Aún contra el criterio inicial de Javi, decidimos salir sobre las 7.30 para llegar tranquilamente antes de las 8h a la salida.
Por fin amanece. Como siempre, antes de las carreras, el sueño es intranquilo y corto, y lo que más pide el cuerpo en este momento es iniciar la actividad. Desayunamos, damos los últimos retoques al equipo, últimas comprobaciones y partimos de nuevo con una fina llovizna hacia la salida.
Allí nos esperan las calles repletas de ciclistas y ni de lejos somos capaces de ver el arco de salida. Comprendo la intención de Javi de llegar después de las 8h porque hasta 20 minutos después del disparo que marca la salida la cola no empieza a moverse.
Por fin empezamos a avanzar, primero a pie empujando la bici y al poco rato podemos montar, cuando empiezan a abrirse espacios. Un río de bicis ocupa todas las calles del pueblo hacia la salida. Hay muy buen ambiente y mucha gente animando la carrera. Un par de kilómetros de asfalto y pronto nos internamos en lo que va a consistir toda la jornada: lluvia y barro.
Es sorprendente la cantidad de pequeños incidentes que van jalonando estos primeros kilómetros. Desde unas gafas tiradas en el suelo que no acierto a esquivar y que acaban partidas por mi rueda hasta multitud de pinchazos o cosas peores. También los nervios pasan factura y las incontinencias que proliferan tienen que ser resueltas apresuradamente en el borde del camino. Aun siendo multitud, el avance es bastante rápido y buscando huecos se puede mantener un buen ritmo. Solo se resiente cuando aparece un repecho, donde hay que tener especial cuidado en no atropellar a los que nos preceden y asimismo controlar bien la velocidad sin frenazos bruscos para no provocar sorpresas a los que nos siguen. La llovizna no es molesta, sobre todo para los que no llevamos gafas ya que estas se convierten en un incordio más que en una protección. El barro que levantan las ruedas salpica todo el cuerpo, especialmente la cara, y frecuentemente afecta a los ojos. En medio del grupo no se llega a percibir que rueda levanta la cortina de agua y la única solución es levantar la cara para evitar por lo menos la que sale disparada de la rueda propia.
Los 165 kilómetros del recorrido forman dos bucles unidos por una cuerda. El primer bucle nos permite sortear los puertos de menor dificultad y nos dirige hacia la reserva natural de Saja-Nansa: San Esteban, San Antonio, El Soplao y Monte Aa. En la cuerda que une ambos bucles nos encontraremos con El Moral, puerto que ya alcanza los 1.000 m de altura y que se supera dos veces, a la ida y a la vuelta. El segundo bucle es el que conlleva la mayor dificultad al ascender a Fuentes y a Ozcava, ambos con más de 1.250 m, en plena reserva natural del Saja.
Las primeras subidas son ligeras en dirección a San Esteban. Pronto empieza un buen descenso que nos lleva a las proximidades de Comillas y al curioso paisaje de Rioturbio, donde en la distancia se adivina San Vicente de la Barquera. A partir de este momento ya no nos quitaremos el barro de encima, solamente diluido por el agua de la lluvia.
Tras el corto ascenso a San Antonio nos dirigimos hacia Caviedes donde tenemos un primer avituallamiento. Apenas paramos para comernos unos plátanos y continuamos hacia Valdáliga y La Cocina, donde empieza una ascensión más seria, la que da nombre a la carrera: El Soplao. Justo a la salida de La Cocina nos encontramos con una pendiente de más del 10% que provoca un tremendo atasco. No tanto por la pendiente en sí, sino por el estado del terreno, lleno de piedras y barro, que imposibilita el avance del pelotón. Todos echamos pie a tierra (a barro mejor dicho) y tiramos de las máquinas como mejor podemos. La zona de las Lastras pone fin a este padecimiento y encaramos la subida por una carretera en construcción hacia las Cuevas del Soplao. Lástima no poder disfrutar de una tranquila visita a su interior porque son una verdadera maravilla donde se conjuga la arqueología industrial de unas antiguas minas con unas formaciones únicas en el mundo, un tipo de estromatolitos formados por microorganismos a través de la fotosíntesis, un misterio científico dadas las condiciones de oscuridad del interior de las cuevas.
Volviendo a la carrera, el misterio científico en nuestro caso consiste en cómo poder avanzar sobre la especie de pasta pegajosa en que se ha convertido el camino, hundiéndose casi un palmo las ruedas en el barro. Por fin terminamos con este calvario y tras parar unos minutos en el segundo avituallamiento al culminar El Soplao, enfilamos la bajada hacia Celis y Puentenansa. La bajada es especialmente divertida por una pista convertida en trialera por la erosión del agua. Bajamos con cuidado siendo adelantados por los que prefieren lanzarse a tumba abierta. Curiosa la imagen de uno de ellos, de los más lanzados, kilómetros más tarde, empujando su máquina cuesta arriba con algún problema. Con todo ello, la bajada es para disfrutar si se tiene la suficiente seguridad. Tras unos cortos repechos y descensos comienza en Carmona la que es la siguiente dificultad importante de la carrera: el Monte Aa.
Ahora el desgaste empieza a hacerse notar y la subida a este segundo puerto, más expuesto al viento que el anterior, me muestra lo que llegará después. Arriba, en el collado, hace frio. Seguimos mojados, desde la cabeza hasta los pies. Las manos a veces sufren también a pesar de los guantes, ya han calado el agua y el viento impide mantener la temperatura suficiente.
Tomamos con ganas el descenso del puerto que disfrutamos por la suavidad de la pista en contraste con anteriores tramos. El agua que baja acanalada sale disparada hacia arriba al contacto con las ruedas formando una especie de surtidor que nos da en plena cara. A mitad descenso Javi se para a un lado. Tiene las gafas completamente sucias de barro y necesita limpiarlas. Me grita que siga, que ya me alcanzará después. Una lástima porque será el último momento en el que nos veamos durante la carrera.
Continúo la bajada hasta que se va suavizando y, prácticamente ya en falso llano, enlaza con la carretera que llega a Ruente. Aquí hay bastante público a los costados, incluso creando situaciones de peligro por la caída que luego veré en un video. La lluvia no impide que los aficionados vengan a animar, lo cual es de agradecer dadas las condiciones en las que algunos empezamos a encontrarnos. Justo en el cruce de un curioso puente dentro del pueblo me encuentro con la familia de Javi. Me saludan y paro a charlar un momento, esperando que me dé alcance. Aprovechamos para sacar una foto de recuerdo pero Javi no llega. Pasan los minutos y finalmente, en vista de que me estoy enfriando, insisten en que continúe la marcha. Efectivamente, me fijo en que la gente va bastante abrigada y los paraguas son imprescindibles. No me doy mucha cuenta, pero la lluvia está arreciando y con el cansancio, el agua y el frio, llega el peligro de la hipotermia. Reemprendo la marcha ya no tan consciente del recorrido que tengo ante mí como de las malas sensaciones que empiezan a acecharme.
Se podría decir que la carrera empieza realmente ahora ya que tenemos los cuatro puertos más difíciles por delante: El Moral, Fuentes, Ozcava y de nuevo El Moral en los 105 km que quedan. Sin embargo, ni física ni mentalmente me encuentro preparado después del desgaste acumulado en estos pocos pero intensos 60 km que llevamos recorridos. Avanzo hacia el avituallamiento de Campa Ucieda, donde espero recuperar fuerzas. Pronto la comodidad de la carretera se acaba y tomando un desvío alcanzo chapoteando el avituallamiento en una explanada. Es el  más grande de los que he visto hasta ahora. Varias carpas protegen a los voluntarios de la lluvia y en todos los mostradores hay cajas repletas de bocadillos y bebida. Dejo la bici entre los charcos del suelo y me dirijo hacia los bocadillos con avidez. Conseguirlos no es difícil, lo complicado es comer sin mojarse, hasta tal punto que resulta imposible permanecer mucho tiempo allí. El espacio dentro de las carpas es totalmente insuficiente para la cantidad de ciclistas que se resguardan de la lluvia. Ni como lo suficiente, ni descanso, porque empapado de arriba abajo lo único que estoy consiguiendo es enfriarme. Así y todo no dejo de fijarme en los ciclistas que van llegando con la esperanza de encontrar a Javi. Cojo otro  bocadillo y mientras lo devoro rápidamente voy preparándome ya para volver al camino. No veo recuperación posible por estar más tiempo aquí, más bien al contrario porque lo que necesito no lo tengo: un recambio completo de ropa seca.
Empieza ya la ascensión a El Moral con rampas pronunciadas pero asequibles. Intento mantener un ritmo similar al de las etapas anteriores, pero me resulta imposible y compruebo para mi desánimo como la mayoría de ciclistas van adelantándome. Así y todo, mantengo las suficientes fuerzas para continuar con la tranquilidad añadida de poder manejar mi propio ritmo. Sin conocer el terreno y sin haber tomado ninguna referencia previa, la ascensión se me hace bastante larga. Entre el bosque voy viendo también como se cruzan con nosotros los corredores de la ultra-trail a través de las sendas. El bosque deja paso a los prados y la lluvia a los claros. Como siempre en la montaña, todavía llega a vislumbrarse el sol al alcanzar cotas más altas sobre las nubes. Sin embargo, no es más que un espejismo porque al poco rato las nubes vuelven a cerrarse a nuestro alrededor.
Sigo subiendo con la esperanza de ver el final del puerto tras cada curva. El sol me había dado un respiro pero con las nubes vuelve el frío al cuerpo a pesar del esfuerzo. De repente oigo que viene a mi encuentro en sentido contrario el sonido de una moto: ¡es la cabeza de carrera! Nos van avisando para que dejemos paso a los primeros, para evitar un choque que podría resultar muy grave. Efectivamente, a los pocos minutos aparece de cara otra moto a toda velocidad. Detrás de la moto, y yo diría que pidiendo paso, llega el primero de la carrera. Con la cara tensa por la concentración del descenso y, sobre todo, por el miedo a que alguno de los “pringaos” que todavía estamos subiendo se le cruce. Llega el segundo y después alguno más, pero no son muchos los que cruzamos antes de coronar el puerto. Por fin alcanzamos el collado y allí mismo el avituallamiento.
Necesito repensarme la carrera. Estoy en el kilómetro 78, han sido 13 km de puerto para superar 760 m de desnivel. Por delante un descenso largo y después lo más duro: Fuentes. A Ozcava se sube posteriormente sin haber perdido mucha altura, pero luego hay que volver a El Moral. Sin embargo, no me preocupa tanto las subidas como las bajadas. Estoy tiritando de frio. El Moral está a 1.000 m de altura, cierto que no es mucho, pero sigo empapado y el viento, aunque es ligero, atraviesa prácticamente todas las capas que llevo.
Afortunadamente no llueve, así que dejo la bici a un lado y trato de reponerme un poco. Saco de la mochila una camiseta térmica que me pongo debajo de todo lo demás. Con ello intento mantener de nuevo una capa seca contra la piel. También me pongo unas mallas largas para protegerme mejor las piernas. Sin embargo, para las manos no tengo remedio ya que los guantes están inservibles. Después de haber repuesto fuerzas en el avituallamiento intento observar a mi alrededor. Hay pequeños grupos de ciclistas recuperándose del esfuerzo, pero no es un lugar para permanecer mucho tiempo. He dejado de tiritar pero no me quito el frio del cuerpo y tengo las manos y los pies entumecidos. El viento del puerto es frio y la sensación térmica con la humedad debe estar cercana a los 0ºC.
Vuelvo a coger un último botellín del avituallamiento y entonces escucho las noticias que están recibiendo desde el siguiente control, en Bárcena. Debido al granizo, la niebla y el frio en el puerto de Fuentes, están cortando la carrera en el cruce con la carretera de Bárcena y envían a los corredores de regreso. Hay muchos casos de hipotermia y no quieren meter al grueso de la carrera en esas condiciones. En el estado en que me encuentro casi agradezco esta noticia ya que cada vez veía más difícil poder continuar. Me doy cuenta de que muchos corredores han tenido asistencia en algunos puntos del camino para poder cambiarse de ropa, pero yo, sin más ropa de recambio no creo encontrarme en condiciones de seguir si, como están advirtiendo, el frio, la niebla y la lluvia arrecian en el puerto.
Aunque  bastantes corredores se dan la vuelta allí mismo, yo decido bajar el puerto hasta el punto de corte, en la carretera de Barcena. La bajada me hiela hasta los huesos y tengo que frenar bastante para evitar el mordisco del aire frio. De repente se me frena la rueda trasera. No sé qué ocurre, pero sin tocar la maneta de freno la rueda está prácticamente bloqueada. Tengo que parar y revisar el problema pero no encuentro nada más que barro. Monto de nuevo y, aparte de un fuerte ruido de roce puedo seguir sin más problemas. A lo largo del recorrido había ido notando como el barro en la cadena se dejaba sentir con crujidos en su movimiento. En el caso de los frenos todavía no me había encontrado con ningún problema hasta ahora. Pienso que el roce con el barro ha provocado un desgaste excesivo que ha afectado al pistón hidráulico, pero como puedo continuar no le doy más importancia. Además, veo que no soy el único con algún incidente en los frenos porque veo delante de mí a un ciclista frenando como hacíamos de críos: ¡con la zapatilla en la rueda!
En todo caso, para mí, en este momento éste es el menor de mis problemas, que siguen concentrados en el frio. Sigo bajando el puerto y cada vez son más los ciclistas que me encuentro de regreso. Algunos de ellos incluso me avisan: ¡esto se ha acabado, la carrera está cortada! Alcanzo a un corredor que me pregunta por los que suben de regreso y le confirmo el corte de la carrera. ¡Lástima, llevaba todo el año preparándose para el evento!
Por fin llegamos al cruce de la carretera de Bárcena, donde se han agrupado multitud de ciclistas sin saber qué hacer. De repente voces: “¡Dejad paso, dejad paso!”. Se trata de uno de los que han conseguido superar los puertos de Fuentes y Ozcava y vuelve de regreso. Pero aquí sigo, atascado en este punto con un montón de corredores sin decidirme. Voy preguntando, tratando de averiguar si finalmente se puede seguir, pero veo confirmado el corte de la carrera y que muchos de los ciclistas empiezan a tomar el camino de regreso.
Esto supone una liberación para mí, teniendo en cuenta las malas condiciones en las que me encuentro, tanto físicas como anímicas. No sé nada de Javi, así que aprovecho la parada para llamarle con el móvil. Nada, no hay respuesta. Aunque muchos permanecen a la espera, veo como hay un goteo de corredores que va tomando el camino de regreso. Finalmente lo confirmo con la organización y me indican otra alternativa para el regreso mucho más sencilla que volver a subir a El Moral: tomar la carretera de Bárcena de regreso a Cabezón de la Sal. Son tan solo unos 30 km de asfalto sin grandes desniveles.
Con la carrera abortada tomo el camino de regreso más sencillo, no tiene sentido para mí volver a subir el puerto de El Moral. Enfilo la vuelta intrigado por la falta de noticias de Javi, no sé dónde puede estar. Las sensaciones vuelven a ser buenas ahora de regreso. Aun teniendo en cuenta que podría haber continuado por mi cuenta, considero que en mis condiciones hubiera sido una temeridad. De hecho, el motivo de cerrar la carrera era justamente la dificultad de asistir a la multitud de corredores que podrían haber sufrido hipotermias en Fuentes y Ozcava.
La carretera de regreso es agradable y permite llevar un ritmo bastante ligero. Parece que, con el abandono de la carrera, el cansancio y el frio han remitido. A pesar de no haber culminado, no voy a dejar que esto se convierta en un paseo, así que manejo el cambio y le meto algo de potencia disfrutando de estos kilómetros con más velocidad. Pronto alcanzo Ruente, el pueblo donde perdí el contacto con Javi y continúo hacia Cabezón de la Sal. Unas rectas rápidas me llevan a la entrada del pueblo y con un corto callejeo alcanzo la meta. No es que tenga interés en salir en la foto, sobre todo no habiendo hecho la carrera completa, pero espero encontrarme con Javi por los alrededores. Paso la meta y oigo mi nombre. Casi me dan ganas de esconder la cabeza. Sin embargo, todos los que estamos entrando en estos momentos venimos del corte de la carrera, por lo que no tengo motivos para ocultarme. Cruzo la meta y recojo un botellín que bebo rápidamente. No tengo nada más que hacer aquí, así que monto de nuevo y me dirijo hacia la casa donde estamos alojados, a 5 km del pueblo.
Entro y por fin me encuentro con Javi que ha llegado una hora antes. El misterio queda resuelto. Deducimos que justo cuando yo paré en Ruente para saludar a su familia, con la distracción de la foto y la charla debió adelantarse sin darnos cuenta. A partir de ahí,  mientras yo reducía la marcha para que me diera alcance, él a su vez iba cada vez más rápido suponiendo que me mantenía delante. Con la parada en Campa Ucieda las diferencias debieron ampliarse mucho más. Y luego, en la subida al puerto, el ritmo que se impondría Javi hubiera sido imposible de mantener para mí. Con todo ello y habiéndose encontrado con el corte de carrera, Javi tomó la misma decisión y en el cruce con la carretera de Bárcena dio la vuelta hacia Cabezón de la Sal. El resultado es que él entró en meta deteniendo el crono a las 7h10’ y yo a las 8h22’.
Aunque con el resultado frustrado, la carrera no ha dejado de ser una muy buena experiencia. En total han sido 122 km sumergidos en una climatología muy desfavorable. A la dificultad de plantear una carrera sin referencias previas hay que añadir la constante lluvia que con las bajas temperaturas me fue mermando las fuerzas. Pese a ir equipado con un buen maillot y cortavientos, las condiciones hacían imprescindible el típico chubasquero como he visto luego en muchos videos. También hubiera sido necesario un recambio de guantes y unos protectores de neopreno para los pies. Respecto de la planificación del recorrido, creo que Ruente marca el inicio de las verdaderas dificultades con la ascensión a El Moral y el resto de puertos, y la clave está en llegar a ese punto muy bien de fuerzas, evitando un desgaste excesivo hasta allí.
Así y todo, estoy muy satisfecho con el resultado completo. La experiencia vivida ha sido apasionante y me ha permitido encontrarme con lo mejor y lo peor en una carrera.
Por supuesto, nada de esto hubiera sido posible sin el apoyo de Javi y su familia.

No hay comentarios: