Mi amigo Javi y yo vamos disfrutando estos últimos años de
contarnos nuestras respectivas aventuras: él sobre la bici y yo sobre las
zapatillas. Cada vez que vuelvo de una de mis carreras ahí está Javi con otra
de las suyas, a cada cual más bestia que la anterior. Barro, lluvia, frio,
calor y caídas, todo esto le acompaña en sus correrías, además de sus colegas
de Maestre, entre los cuales sería difícil elegir al más animal de todos, Javi
incluido.
Ya estará a punto de cumplirse un año desde que le mostré mi
interés por la carrera que él mismo llevaba ya varios años haciendo, “Los
10.000 del Soplao”. Había leído sus crónicas y más o menos tenía cierta idea de
lo que suponía. Muy dura, 165 km de pistas con un desnivel acumulado de 6.500 m,
con seis puertos dando forma a un perfil infernal.
Su respuesta a mi interés fue bastante positiva: “Hombre, a
sufrir ya estás entrenado… Ahora solo te falta aprender a ir en bici”. Con
estos ánimos me propuse acumular kilómetros y kilómetros hasta hacer callo en
cierto sitio. Empecé a pensar que podía afrontar el reto cuando me di cuenta de
que no encontraba a nadie con quien entrenar. Combinaba rutas cortas de montaña
con largas de resistencia en ruta. En total, desde enero hasta mayo hice 2.000
km, sin ningún incidente más allá de un solo pinchazo.
A todo esto cabría añadir el estricto marcaje de Javi sobre
mi diario de entrenamientos y todos sus acertados consejos. Desde la elección
de la máquina, hasta los detalles del equipo, la intensidad de los entrenamientos,
duración y frecuencia. Sin este seguimiento y apoyo mi paso por la carrera
hubiera sido lamentable.
Llegamos a mayo y al periodo de descuento para el día de la
carrera. Relajación de los entrenamientos y preparación de los planes
logísticos para el equipo y el viaje. De nuevo Javi es la pieza fundamental en
estos momentos al ofrecer su casa en Bilbao para los días previos y la de un
compañero en Cantabria para la carrera. El plan queda de la siguiente forma:
coincidimos en Madrid de donde partimos los dos hacia Bilbao. Allí pasamos un
par de días que aprovechamos para entrenar con una subida corta pero muy intensa
al Pagasarri. Esto me permite comprobar lo que ocurre cuando se maneja mal el
cambio. Culminando el monte parto la cadena y me encuentro pedaleando en vacío
con la cadena colgando. Pero así es Bilbao: todo lo que habíamos subido toca
bajarlo y, sin apenas dar una pedalada más, llegamos a Maestre donde nos
reparan la avería.
Llega el viernes y la llovizna. Toca trabajar en la oficina
de Bilbao y conocer a los compañeros del lugar. Llamadas, gestiones y café. La
mañana se va rápidamente y con el inicio de la tarde vamos cerrando la jornada
laboral. Javi se adelanta unos minutos a Maestre para preparar el transporte a
Santander y lo deja bien acordado. Los compañeros de la tienda nos harán el
favor de llevárnoslas a la carrera. Nosotros iremos por nuestros medios a la
casa que nos han prestado en el pueblo. En una hora más tendremos el equipaje
preparado y partiremos hacia Cabezón de la Sal, origen de la carrera.
La llovizna continúa prácticamente sin interrupción durante
el viaje y solo nos da un respiro durante unas pocas horas de la tarde.
Llegamos a Santander y tras una corta parada logística para avituallarnos y
recoger las llaves de la casa, continuamos hacia Cabezón de la Sal. Ocupamos
una preciosa casa de una planta con parcela y jardín a unos 5 km de Cabezón, en
la urbanización de Periedo. Nos instalamos y por fin salimos a por los
dorsales.
Cabezón de la Sal está ocupado por la carrera. En realidad
son cuatro carreras: bici de carretera,
ultra-trail de montaña, combinada y la nuestra, la BTT, que es la que agrupa el
mayor número de participantes, alrededor de 8.000 ciclistas. El pueblo entero
se vuelca para la organización y por las calles no se ve ni se habla de otra
cosa. Nos dirigimos a las carpas de la organización para recoger los dorsales.
Bicis espectaculares en exposición, puestos de venta de recuerdos, ambiente
festivo y deportivo que satura la población. Entre la gente que abarrota el
parque donde se ubican los pabellones conseguimos introducirnos y encontrar
nuestras filas donde, después de una corta espera, conseguimos nuestros
dorsales. Ya tenemos el primer trofeo, ahora toca disfrutar del ambiente
paseando por las calles. Y para mi sorpresa, de repente, oigo como me llaman.
Dioni, experto corredor de la Titan Desert, me saluda entre la gente. Acaba de
llegar desde Barcelona y, aunque lesionado, va a intentar cumplir con la
carrera. Charlamos un rato y nos despedimos deseándonos suerte.
La lluvia nos visita de nuevo así que terminamos tomando
unas cervezas en uno de los muchos bares abarrotados. Esperamos a que escampe
un poco, pero ocurre lo contrario y finalmente, bastante mojados, alcanzamos el
coche para regresar a la casa.
Con la llegada de la noche la lluvia no cesa. Ya se presagia
lo que nos espera al día siguiente. Recogemos las bicis y vamos preparando el
equipo de carrera: mochila y ropa. Acabamos la jornada con una cena rápida y el
descanso antes de la carrera. Discutimos la mejor forma de llegar a la carrera,
en bici, en coche, a qué hora… Aún contra el criterio inicial de Javi, decidimos
salir sobre las 7.30 para llegar tranquilamente antes de las 8h a la salida.
Por fin amanece. Como siempre, antes de las carreras, el
sueño es intranquilo y corto, y lo que más pide el cuerpo en este momento es
iniciar la actividad. Desayunamos, damos los últimos retoques al equipo,
últimas comprobaciones y partimos de nuevo con una fina llovizna hacia la
salida.
Allí nos esperan las calles repletas de ciclistas y ni de
lejos somos capaces de ver el arco de salida. Comprendo la intención de Javi de
llegar después de las 8h porque hasta 20 minutos después del disparo que marca
la salida la cola no empieza a moverse.
Por fin empezamos a avanzar, primero a pie empujando la bici
y al poco rato podemos montar, cuando empiezan a abrirse espacios. Un río de
bicis ocupa todas las calles del pueblo hacia la salida. Hay muy buen ambiente
y mucha gente animando la carrera. Un par de kilómetros de asfalto y pronto nos
internamos en lo que va a consistir toda la jornada: lluvia y barro.
Es sorprendente la cantidad de pequeños incidentes que van
jalonando estos primeros kilómetros. Desde unas gafas tiradas en el suelo que
no acierto a esquivar y que acaban partidas por mi rueda hasta multitud de
pinchazos o cosas peores. También los nervios pasan factura y las
incontinencias que proliferan tienen que ser resueltas apresuradamente en el
borde del camino. Aun siendo multitud, el avance es bastante rápido y buscando
huecos se puede mantener un buen ritmo. Solo se resiente cuando aparece un
repecho, donde hay que tener especial cuidado en no atropellar a los que nos
preceden y asimismo controlar bien la velocidad sin frenazos bruscos para no
provocar sorpresas a los que nos siguen. La llovizna no es molesta, sobre todo para
los que no llevamos gafas ya que estas se convierten en un incordio más que en
una protección. El barro que levantan las ruedas salpica todo el cuerpo,
especialmente la cara, y frecuentemente afecta a los ojos. En medio del grupo
no se llega a percibir que rueda levanta la cortina de agua y la única solución
es levantar la cara para evitar por lo menos la que sale disparada de la rueda
propia.
Los 165 kilómetros del recorrido forman dos bucles unidos
por una cuerda. El primer bucle nos permite sortear los puertos de menor
dificultad y nos dirige hacia la reserva natural de Saja-Nansa: San Esteban,
San Antonio, El Soplao y Monte Aa. En la cuerda que une ambos bucles nos
encontraremos con El Moral, puerto que ya alcanza los 1.000 m de altura y que
se supera dos veces, a la ida y a la vuelta. El segundo bucle es el que
conlleva la mayor dificultad al ascender a Fuentes y a Ozcava, ambos con más de
1.250 m, en plena reserva natural del Saja.
Las primeras subidas son ligeras en dirección a San Esteban.
Pronto empieza un buen descenso que nos lleva a las proximidades de Comillas y
al curioso paisaje de Rioturbio, donde en la distancia se adivina San Vicente
de la Barquera. A partir de este momento ya no nos quitaremos el barro de
encima, solamente diluido por el agua de la lluvia.
Tras el corto ascenso a San Antonio nos dirigimos hacia
Caviedes donde tenemos un primer avituallamiento. Apenas paramos para comernos
unos plátanos y continuamos hacia Valdáliga y La Cocina, donde empieza una
ascensión más seria, la que da nombre a la carrera: El Soplao. Justo a la
salida de La Cocina nos encontramos con una pendiente de más del 10% que
provoca un tremendo atasco. No tanto por la pendiente en sí, sino por el estado
del terreno, lleno de piedras y barro, que imposibilita el avance del pelotón.
Todos echamos pie a tierra (a barro mejor dicho) y tiramos de las máquinas como
mejor podemos. La zona de las Lastras pone fin a este padecimiento y encaramos
la subida por una carretera en construcción hacia las Cuevas del Soplao.
Lástima no poder disfrutar de una tranquila visita a su interior porque son una
verdadera maravilla donde se conjuga la arqueología industrial de unas antiguas
minas con unas formaciones únicas en el mundo, un tipo de estromatolitos
formados por microorganismos a través de la fotosíntesis, un misterio
científico dadas las condiciones de oscuridad del interior de las cuevas.
Volviendo a la carrera, el misterio científico en nuestro
caso consiste en cómo poder avanzar sobre la especie de pasta pegajosa en que
se ha convertido el camino, hundiéndose casi un palmo las ruedas en el barro.
Por fin terminamos con este calvario y tras parar unos minutos en el segundo
avituallamiento al culminar El Soplao, enfilamos la bajada hacia Celis y
Puentenansa. La bajada es especialmente divertida por una pista convertida en
trialera por la erosión del agua. Bajamos con cuidado siendo adelantados por
los que prefieren lanzarse a tumba abierta. Curiosa la imagen de uno de ellos,
de los más lanzados, kilómetros más tarde, empujando su máquina cuesta arriba
con algún problema. Con todo ello, la bajada es para disfrutar si se tiene la
suficiente seguridad. Tras unos cortos repechos y descensos comienza en Carmona
la que es la siguiente dificultad importante de la carrera: el Monte Aa.
Ahora el desgaste empieza a hacerse notar y la subida a este
segundo puerto, más expuesto al viento que el anterior, me muestra lo que
llegará después. Arriba, en el collado, hace frio. Seguimos mojados, desde la
cabeza hasta los pies. Las manos a veces sufren también a pesar de los guantes,
ya han calado el agua y el viento impide mantener la temperatura suficiente.
Tomamos con ganas el descenso del puerto que disfrutamos por
la suavidad de la pista en contraste con anteriores tramos. El agua que baja
acanalada sale disparada hacia arriba al contacto con las ruedas formando una
especie de surtidor que nos da en plena cara. A mitad descenso Javi se para a
un lado. Tiene las gafas completamente sucias de barro y necesita limpiarlas.
Me grita que siga, que ya me alcanzará después. Una lástima porque será el
último momento en el que nos veamos durante la carrera.
Continúo la bajada hasta que se va suavizando y,
prácticamente ya en falso llano, enlaza con la carretera que llega a Ruente.
Aquí hay bastante público a los costados, incluso creando situaciones de
peligro por la caída que luego veré en un video. La lluvia no impide que los
aficionados vengan a animar, lo cual es de agradecer dadas las condiciones en
las que algunos empezamos a encontrarnos. Justo en el cruce de un curioso
puente dentro del pueblo me encuentro con la familia de Javi. Me saludan y paro
a charlar un momento, esperando que me dé alcance. Aprovechamos para sacar una
foto de recuerdo pero Javi no llega. Pasan los minutos y finalmente, en vista
de que me estoy enfriando, insisten en que continúe la marcha. Efectivamente,
me fijo en que la gente va bastante abrigada y los paraguas son
imprescindibles. No me doy mucha cuenta, pero la lluvia está arreciando y con
el cansancio, el agua y el frio, llega el peligro de la hipotermia. Reemprendo
la marcha ya no tan consciente del recorrido que tengo ante mí como de las
malas sensaciones que empiezan a acecharme.
Se podría decir que la carrera empieza realmente ahora ya
que tenemos los cuatro puertos más difíciles por delante: El Moral, Fuentes,
Ozcava y de nuevo El Moral en los 105 km que quedan. Sin embargo, ni física ni
mentalmente me encuentro preparado después del desgaste acumulado en estos
pocos pero intensos 60 km que llevamos recorridos. Avanzo hacia el
avituallamiento de Campa Ucieda, donde espero recuperar fuerzas. Pronto la
comodidad de la carretera se acaba y tomando un desvío alcanzo chapoteando el
avituallamiento en una explanada. Es el
más grande de los que he visto hasta ahora. Varias carpas protegen a los
voluntarios de la lluvia y en todos los mostradores hay cajas repletas de
bocadillos y bebida. Dejo la bici entre los charcos del suelo y me dirijo hacia
los bocadillos con avidez. Conseguirlos no es difícil, lo complicado es comer
sin mojarse, hasta tal punto que resulta imposible permanecer mucho tiempo
allí. El espacio dentro de las carpas es totalmente insuficiente para la
cantidad de ciclistas que se resguardan de la lluvia. Ni como lo suficiente, ni
descanso, porque empapado de arriba abajo lo único que estoy consiguiendo es
enfriarme. Así y todo no dejo de fijarme en los ciclistas que van llegando con
la esperanza de encontrar a Javi. Cojo otro
bocadillo y mientras lo devoro rápidamente voy preparándome ya para
volver al camino. No veo recuperación posible por estar más tiempo aquí, más
bien al contrario porque lo que necesito no lo tengo: un recambio completo de
ropa seca.
Empieza ya la ascensión a El Moral con rampas pronunciadas
pero asequibles. Intento mantener un ritmo similar al de las etapas anteriores,
pero me resulta imposible y compruebo para mi desánimo como la mayoría de
ciclistas van adelantándome. Así y todo, mantengo las suficientes fuerzas para
continuar con la tranquilidad añadida de poder manejar mi propio ritmo. Sin
conocer el terreno y sin haber tomado ninguna referencia previa, la ascensión
se me hace bastante larga. Entre el bosque voy viendo también como se cruzan
con nosotros los corredores de la ultra-trail a través de las sendas. El bosque
deja paso a los prados y la lluvia a los claros. Como siempre en la montaña,
todavía llega a vislumbrarse el sol al alcanzar cotas más altas sobre las
nubes. Sin embargo, no es más que un espejismo porque al poco rato las nubes
vuelven a cerrarse a nuestro alrededor.
Sigo subiendo con la esperanza de ver el final del puerto
tras cada curva. El sol me había dado un respiro pero con las nubes vuelve el
frío al cuerpo a pesar del esfuerzo. De repente oigo que viene a mi encuentro
en sentido contrario el sonido de una moto: ¡es la cabeza de carrera! Nos van
avisando para que dejemos paso a los primeros, para evitar un choque que podría
resultar muy grave. Efectivamente, a los pocos minutos aparece de cara otra moto
a toda velocidad. Detrás de la moto, y yo diría que pidiendo paso, llega el
primero de la carrera. Con la cara tensa por la concentración del descenso y,
sobre todo, por el miedo a que alguno de los “pringaos” que todavía estamos
subiendo se le cruce. Llega el segundo y después alguno más, pero no son muchos
los que cruzamos antes de coronar el puerto. Por fin alcanzamos el collado y
allí mismo el avituallamiento.
Necesito repensarme la carrera. Estoy en el kilómetro 78,
han sido 13 km de puerto para superar 760 m de desnivel. Por delante un
descenso largo y después lo más duro: Fuentes. A Ozcava se sube posteriormente
sin haber perdido mucha altura, pero luego hay que volver a El Moral. Sin
embargo, no me preocupa tanto las subidas como las bajadas. Estoy tiritando de
frio. El Moral está a 1.000 m de altura, cierto que no es mucho, pero sigo
empapado y el viento, aunque es ligero, atraviesa prácticamente todas las capas
que llevo.
Afortunadamente no llueve, así que dejo la bici a un lado y trato
de reponerme un poco. Saco de la mochila una camiseta térmica que me pongo
debajo de todo lo demás. Con ello intento mantener de nuevo una capa seca
contra la piel. También me pongo unas mallas largas para protegerme mejor las
piernas. Sin embargo, para las manos no tengo remedio ya que los guantes están
inservibles. Después de haber repuesto fuerzas en el avituallamiento intento
observar a mi alrededor. Hay pequeños grupos de ciclistas recuperándose del
esfuerzo, pero no es un lugar para permanecer mucho tiempo. He dejado de
tiritar pero no me quito el frio del cuerpo y tengo las manos y los pies
entumecidos. El viento del puerto es frio y la sensación térmica con la humedad
debe estar cercana a los 0ºC.
Vuelvo a coger un último botellín del avituallamiento y entonces
escucho las noticias que están recibiendo desde el siguiente control, en Bárcena.
Debido al granizo, la niebla y el frio en el puerto de Fuentes, están cortando
la carrera en el cruce con la carretera de Bárcena y envían a los corredores de
regreso. Hay muchos casos de hipotermia y no quieren meter al grueso de la
carrera en esas condiciones. En el estado en que me encuentro casi agradezco
esta noticia ya que cada vez veía más difícil poder continuar. Me doy cuenta de
que muchos corredores han tenido asistencia en algunos puntos del camino para
poder cambiarse de ropa, pero yo, sin más ropa de recambio no creo encontrarme
en condiciones de seguir si, como están advirtiendo, el frio, la niebla y la
lluvia arrecian en el puerto.
Aunque bastantes
corredores se dan la vuelta allí mismo, yo decido bajar el puerto hasta el
punto de corte, en la carretera de Barcena. La bajada me hiela hasta los huesos
y tengo que frenar bastante para evitar el mordisco del aire frio. De repente
se me frena la rueda trasera. No sé qué ocurre, pero sin tocar la maneta de
freno la rueda está prácticamente bloqueada. Tengo que parar y revisar el
problema pero no encuentro nada más que barro. Monto de nuevo y, aparte de un
fuerte ruido de roce puedo seguir sin más problemas. A lo largo del recorrido
había ido notando como el barro en la cadena se dejaba sentir con crujidos en
su movimiento. En el caso de los frenos todavía no me había encontrado con
ningún problema hasta ahora. Pienso que el roce con el barro ha provocado un
desgaste excesivo que ha afectado al pistón hidráulico, pero como puedo
continuar no le doy más importancia. Además, veo que no soy el único con algún
incidente en los frenos porque veo delante de mí a un ciclista frenando como
hacíamos de críos: ¡con la zapatilla en la rueda!
En todo caso, para mí, en este momento éste es el menor de
mis problemas, que siguen concentrados en el frio. Sigo bajando el puerto y
cada vez son más los ciclistas que me encuentro de regreso. Algunos de ellos
incluso me avisan: ¡esto se ha acabado, la carrera está cortada! Alcanzo a un
corredor que me pregunta por los que suben de regreso y le confirmo el corte de
la carrera. ¡Lástima, llevaba todo el año preparándose para el evento!
Por fin llegamos al cruce de la carretera de Bárcena, donde
se han agrupado multitud de ciclistas sin saber qué hacer. De repente voces:
“¡Dejad paso, dejad paso!”. Se trata de uno de los que han conseguido superar
los puertos de Fuentes y Ozcava y vuelve de regreso. Pero aquí sigo, atascado
en este punto con un montón de corredores sin decidirme. Voy preguntando,
tratando de averiguar si finalmente se puede seguir, pero veo confirmado el
corte de la carrera y que muchos de los ciclistas empiezan a tomar el camino de
regreso.
Esto supone una liberación para mí, teniendo en cuenta las
malas condiciones en las que me encuentro, tanto físicas como anímicas. No sé
nada de Javi, así que aprovecho la parada para llamarle con el móvil. Nada, no
hay respuesta. Aunque muchos permanecen a la espera, veo como hay un goteo de
corredores que va tomando el camino de regreso. Finalmente lo confirmo con la
organización y me indican otra alternativa para el regreso mucho más sencilla
que volver a subir a El Moral: tomar la carretera de Bárcena de regreso a
Cabezón de la Sal. Son tan solo unos 30 km de asfalto sin grandes desniveles.
Con la carrera abortada tomo el camino de regreso más
sencillo, no tiene sentido para mí volver a subir el puerto de El Moral. Enfilo
la vuelta intrigado por la falta de noticias de Javi, no sé dónde puede estar.
Las sensaciones vuelven a ser buenas ahora de regreso. Aun teniendo en cuenta
que podría haber continuado por mi cuenta, considero que en mis condiciones
hubiera sido una temeridad. De hecho, el motivo de cerrar la carrera era
justamente la dificultad de asistir a la multitud de corredores que podrían
haber sufrido hipotermias en Fuentes y Ozcava.
La carretera de regreso es agradable y permite llevar un
ritmo bastante ligero. Parece que, con el abandono de la carrera, el cansancio
y el frio han remitido. A pesar de no haber culminado, no voy a dejar que esto
se convierta en un paseo, así que manejo el cambio y le meto algo de potencia
disfrutando de estos kilómetros con más velocidad. Pronto alcanzo Ruente, el
pueblo donde perdí el contacto con Javi y continúo hacia Cabezón de la Sal.
Unas rectas rápidas me llevan a la entrada del pueblo y con un corto callejeo
alcanzo la meta. No es que tenga interés en salir en la foto, sobre todo no
habiendo hecho la carrera completa, pero espero encontrarme con Javi por los
alrededores. Paso la meta y oigo mi nombre. Casi me dan ganas de esconder la
cabeza. Sin embargo, todos los que estamos entrando en estos momentos venimos
del corte de la carrera, por lo que no tengo motivos para ocultarme. Cruzo la
meta y recojo un botellín que bebo rápidamente. No tengo nada más que hacer
aquí, así que monto de nuevo y me dirijo hacia la casa donde estamos alojados,
a 5 km del pueblo.
Entro y por fin me encuentro con Javi que ha llegado una
hora antes. El misterio queda resuelto. Deducimos que justo cuando yo paré en
Ruente para saludar a su familia, con la distracción de la foto y la charla
debió adelantarse sin darnos cuenta. A partir de ahí, mientras yo reducía la marcha para que me
diera alcance, él a su vez iba cada vez más rápido suponiendo que me mantenía
delante. Con la parada en Campa Ucieda las diferencias debieron ampliarse mucho
más. Y luego, en la subida al puerto, el ritmo que se impondría Javi hubiera
sido imposible de mantener para mí. Con todo ello y habiéndose encontrado con
el corte de carrera, Javi tomó la misma decisión y en el cruce con la carretera
de Bárcena dio la vuelta hacia Cabezón de la Sal. El resultado es que él entró
en meta deteniendo el crono a las 7h10’ y yo a las 8h22’.
Aunque con el resultado frustrado, la carrera no ha dejado
de ser una muy buena experiencia. En total han sido 122 km sumergidos en una
climatología muy desfavorable. A la dificultad de plantear una carrera sin
referencias previas hay que añadir la constante lluvia que con las bajas
temperaturas me fue mermando las fuerzas. Pese a ir equipado con un buen
maillot y cortavientos, las condiciones hacían imprescindible el típico
chubasquero como he visto luego en muchos videos. También hubiera sido necesario
un recambio de guantes y unos protectores de neopreno para los pies. Respecto
de la planificación del recorrido, creo que Ruente marca el inicio de las
verdaderas dificultades con la ascensión a El Moral y el resto de puertos, y la
clave está en llegar a ese punto muy bien de fuerzas, evitando un desgaste
excesivo hasta allí.
Así y todo, estoy muy satisfecho con el resultado completo.
La experiencia vivida ha sido apasionante y me ha permitido encontrarme con lo
mejor y lo peor en una carrera.
Por supuesto, nada de esto hubiera sido posible sin el apoyo
de Javi y su familia.
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