17-2-2008
3h 28’ 47” 4’57” /km
Las semanas anteriores a la carrera han sido muy malas. El entrenamiento de diciembre, incluso con la recuperación de la Maratón del Espadán, fue muy bueno, regular y constante, alcanzando ritmos de rodaje muy altos. Sin embargo, tras el último entrenamiento el 30-12-07 llegó el parón de las fiestas navideñas y tres semanas de gripe, lo que dejaba apenas cuatro semanas de entrenamiento efectivo hasta la maratón.
Para empeorar las cosas, en las dos primeras semanas noto síntomas de sobreentrenamiento por haber corrido a ritmos superiores a los debidos después de la gripe. Intento recuperar las piernas para los próximos quince días bajando la intensidad de entrenamiento. El objetivo es llegar a la maratón con las piernas en buen estado, intentando no perder demasiado fondo. De todas formas, el objetivo de las 3h30’ no me parece imposible habiendo renunciado ya hace semanas al 3h20’.
Los preparativos no son tan meticulosos como en la edición de 2006. No me preocupo de los hidratos de carbono, hidratación, etc. Como después comprobaré por mi mismo, el límite lo voy a encontrar en la parte mecánica, no en la fisiológica. Y de la respuesta mecánica de las piernas serán responsables las zapatillas. No estoy convencido de que estén en perfecto estado. No llevan muchos kilómetros, quizá unos 400, pero creo que tienen muy poca amortiguación. En fin, pienso que sería peor estrenar las nuevas. Con mi resfriado a cuestas, una pierna que reivindica descanso y unas zapatillas dudosas, me encuentro en la salida, cerca del práctico de 3h30’ (Jaime), y pensando en el ritmo efectivo que debería llevar.
Arranca la carrera. Primeros metros a 5’40”. Los corredores estamos demasiado agrupados y hay dificultades para moverse con holgura. Las sensaciones son buenas, los miedos van desapareciendo pero el objetivo de las 3h30’ todavía está lejano. Primeros kilómetros y vamos arañando segundos trabajando el 4’55”. Un poco agobiado de ir en un grupo tan denso me adelanto unos 30-40m por el lateral para, sin cambiar el ritmo, mantenerme por delante del práctico. Los kilómetros siguen pasando y sigo arañando segundos, llegando en algún caso al 4’50” pero el miedo a las lesiones me frena otra vez al entorno del 5’.
De vez en cuando echo un vistazo al pulsómetro. Me mantengo en el margen 155-160, me da tranquilidad para seguir. A este ritmo no debería tener problemas, pero no llego a estar confiado, todavía puede surgir algo.
Supero la media maratón a 1h 44’. Perfecto, voy cumpliendo los tiempos previstos y me encuentro bien. Excepto… los pies. Empiezo a pensar en lo que va a ser la parte crítica de la carrera. Intento analizar las sensaciones, revisarme para encontrar puntos débiles y no hay duda. Las plantas de los pies están empezando a sentir los efectos de unas zapatillas inadecuadas. Seguimos pasando kilómetros y manteniendo el ritmo. Ya he perdido de vista por detrás a Jaime. He encontrado una pareja con un ritmo constante como un reloj a 4’56”. Les seguiré los próximos 15 kilómetros hasta casi el final. Las sensaciones me confirman los miedos iniciales: ningún problema con las piernas, rodillas, isquios, gemelos, cuádriceps, y resto de los que no sé ni el nombre, todo bien, salvo el martilleo en las plantas de los pies que empieza a ser bastante duro.
Las pulsaciones van subiendo, estamos en el último tercio de carrera y ya voy tocando de vez en cuando las 170. Pero no me preocupa, sé que puedo aguantar, que todo mi cuerpo puede aguantar… Excepto las plantas de los pies. Ya están machacadas, cada paso es un martillazo, un golpe sordo que me retumba desde la planta hasta la cabeza. Kilómetro 35: comienzo a tener dificultades en mantener el ritmo de la pareja que he tomado como liebre. Con un tira y afloja voy luchando para no perder contacto, ¡y lo consigo! No despegarme de ellos va a ser la clave para llegar en 3h 30’. Porque este objetivo se ha convertido en una realidad factible, cada vez más próxima.
El martilleo en las plantas de los pies se va convirtiendo en la única sensación existente, tapando todas las demás. Los últimos kilómetros se van sucediendo sin cambios, 39, 40, 41… pies machacados, pies machacados, pies machacados, el ritmo va bajando unos segundos, se hace difícil seguir manteniendo la posición, encarrilamos el último kilómetro, intento buscar alguna chispa de energía, pero se apaga en cuanto intento imprimir fuerza en las piernas, los pies no lo permiten. Medio kilómetro, miro el reloj, entraré a tiempo, me siento muy satisfecho, objetivo alcanzado y sin embargo… hubiera podido arañar unos minutos más pero no con estos pies, no con estas zapatillas. El pulsómetro marca 170. Quedan unos centenares de metros, tomo la bajada para la entrada al estadio, dos o tres me adelantan a un ritmo sospechosamente vivo, ¿de dónde habrán salido? Entro en el estadio y busco mantener una posición holgada entre los grupos. Castigo los pies en los últimos metros avivando el paso, sé que solo lo puedo mantener unas pocas decenas de metros, pero será suficiente. Ya veo el cronómetro de meta, 3 horas, 28 minutos, 45, 46, y finalmente, 47”… ¡Conseguido!
Me encuentro en bastante buen estado, con las piernas agarrotadas pero ningún calambre. Bien de hidratación, mucha hambre y ninguna rozadura salvo los pezones que han acabado ensangrentados.
Conclusiones:
- Buen planteamiento de carrera, ritmo uniforme y adecuado al tiempo objetivo.
- Equipamiento: zapatillas inadecuadas, falta de vaselina en pezones o utilizar protectores.
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