domingo, 28 de septiembre de 2008
CUERPO, MENTE Y ALMA ALFONDEGUILLA JAVALAMBRE 2008
27-28 septiembre 2008
107km
Desnivel acumulado positivo y negativo aprox. 11.000m
Tiempo: 24h42'
Son las 5:30 y ha empezado a llover. He desayunado hace un rato y me queda media hora para repasar y ajustar el equipo. Repartir la ropa entre las dos bolsas, comprobar el equipo de mochila, colgarme el rutómetro, ponerme el GPS, el cronómetro… Son las 6 de la mañana, bajo las escaleras y salgo a la calle. Las farolas alumbran la lluvia, no muy densa, pero suficiente para necesitar chubasquero.
A la vuelta de vacaciones no había ninguna otra expectativa más que los entrenamientos habituales por el río, la media de Valencia en noviembre y el Espadán en diciembre para acabar el año. Una noche estaba recordando los entrenamiento por Pirineos de este verano, un poco de montaña donde apenas se podía correr. Tenía curiosidad por saber más sobre esta clase de carreras. Un par de consultas por Internet y me tropecé con Alfondeguilla. Me sonaba de la Volta al Terme, que había oído alguna vez. Fui leyendo: 107km, sube a Javalambre, casi 10.500m de desnivel acumulado, límite 28 horas… ¡Impresionante! ¡Qué animalada! Seguí leyendo: “Cuerpo, Mente y Alma en Javalambre”, “Las piernas de tres caminantes se movían ágilmente… “. Todavía no lo sabía, pero la decisión estaba tomada, y Javalambre cada vez más cerca.
La lluvia ha cesado enseguida. Ya en Alfondeguilla el tiempo se mantiene estable. Depositamos las bolsas del equipaje en las furgonetas de Pina y de Meta y nos dirigimos a la salida en el refugio de SerRa. Somos cuarenta. Ambiente tranquilo, bromas y ganas de empezar. Fotos de grupo y ¡adelante!
Una hilera de corredores avanza por la senda entre matorrales hacia las primeras cuestas del collado Marianet. Vamos con un ritmo ágil, subiendo esas cuestas con ganas en los primeros minutos de marcha. Pronto se van formando islas, por delante Juan Antonio Ruiz abriendo carrera. Por detrás, resto de grupos, entre ellos el mío, con Ramón, Fernando, Jose, Paco… El cielo sigue cubierto pero de momento nos respeta. El ambiente fresco ayuda al esfuerzo y el avance es cómodo. Senda entre pinos, alcornoques, carrascas, zarzas, aliagas. Sería interminable mencionar todas y cada una de las hierbas que pueblan estos montes. Pero mis piernas todavía tienen el recuerdo, sobre todo, de las zarzas y aliagas que cierran las sendas.
Primer collado, Marianet, seguimos la ascensión con muchos toboganes, segundo collado, Íbola, control y avituallamiento. Sigue el camino intercalando tramos de pista entre las sendas. Estamos en el corazón de la Sierra de Espadán. La primera dificultad seria es el ascenso al pico Espadán. Las sendas no son malas excepto el último tramo que sube por una canal directamente contra la pendiente. Como siempre, de forma inesperada nos encontramos en el pico. Descendemos por una pedrera, ¡no es el camino!, bajamos como podemos patinando sobre las piedras que se deslizan con nosotros. Por fin, salimos a una pista, la seguimos y al poco ya estamos de nuevo en la huella del GPS. A partir de ahí, un descenso prolongado por una senda de tierra entre los pinos para caer de cabeza en la Nevera. Son cuatro horas de marcha, y por delante todo un mundo todavía.
Agua, almendras saladas, consultar rutómetro y GPS y adelante de nuevo. La Rápita nos espera, todavía a unos 400m de desnivel. Mismo paisaje, vertiente sureste, alcornoques, pinos, zarzas, aliagas, zarzas, aliagas… ¡y trincheras! Ya desde antes de Espadán las estamos viendo. Da escalofríos pensar en aquellos soldados, chavales y mayores, sacados de su vida normal, arrastrándose por estas montañas para morir en una zanja.
Llegamos a La Rápita y encaramos el camino de bajada a Matet. A Jose y Fernando ya no les vemos. Allí nos espera un buen bocata que comemos rápidamente. Seguimos la marcha. Son tramos de senda y pista más cómodos y la temperatura acompaña. Aquí los recuerdos son confusos, pero tengo clara la imagen del descenso a Fuente Pavías, la soledad del pueblecito, una callejuela que baja por una fuente, pasa por un arco y desciende por un ribazo, es un tramo precioso. Luego vendrán un par de kilómetros por carretera y el siguiente pueblo: Higueras. Unos chavales juegan en la calle y nos miran extrañados. Aquí tenemos un avituallamiento rápido y encaramos la subida hacia Mas de Noguera. Alcanzamos los 1000m y una bajada que ya se agradece hacia la antigua nacional 240, que cruzamos para alcanzar enseguida el último avituallamiento antes de Pina. Parada un poco más larga al lado de la fuente y seguimos camino. Sin darnos cuenta nos salimos de la huella y tenemos que volver atravesando un tramo de matorral cerrado que nos deja unas cuantas marcas en las piernas.
Vuelven los recuerdos confusos hasta que llegamos a un valle cerrado y rocoso flanqueado por la izquierda por una hilera de molinos de viento. Un rincón entre los matorrales esconde un caño, paramos para refrescarnos y quitarnos el sudor de los ojos. Al levantar la vista, las aspas nos saludan con su giro. Impresiona su tamaño y el zumbido que dejan en el aire. Seguimos ascendiendo hasta llegar a las trazas de una pista, que irá ampliándose hasta el Alto de las Palomas, última dificultad antes de Pina.
El descenso a Pina se alarga un poco, el pueblo se esconde detrás de cada recodo del camino y por fin entramos. ¡Y nos pasamos! ¿Dónde está la cena? Ya no tengo ni olfato para encontrarla. Volvemos atrás y vemos la placita donde hay un coche de la organización. Son las siete de la tarde. En el local social de la plaza están las bolsas, lo primero, quitarse la ropa mojada de sudor y ponerse la ropa de invierno. Excepto las zapatillas que me han funcionado estupendamente, me cambio todo lo demás. Un poquito de crema en los pies, ajustamos zapatillas, nos enfundamos en el forro polar y a cenar.
Una cerveza, dos platos de caldo y uno de carne, no está nada mal. Un postre de queso y a la calle. No deberíamos haber estado tanto tiempo, en total, una hora. Además, me encuentro mucho peor que a la llegada. Debido a la digestión me ha bajado la temperatura del cuerpo y tengo escalofríos y temblores que me sacuden el cuerpo. Hemos parado demasiado y no debería haber comido toda la carne ni el postre de queso. Son las ocho de la tarde. Arrancamos a caminar de nuevo, tenemos que ir despacio mientras digerimos la cena y poco a poco voy entrando en calor. Una lástima, porque ahora vienen tramos en los que se puede correr con comodidad. Si te encuentras con fuerzas al llegar a Pina hay que hacer una cena rápida para salir en veinte minutos sin enfriarse. En caso contrario viene bien alargar la parada y tratar de recuperarse. Nosotros no hicimos ni una cosa ni otra, en fin, una enseñanza más para el futuro.
Justo a la salida del pueblo nos alcanza Isidro. A hecho el tramo anterior en la mitad de tiempo que nosotros, ¡impresionante! Nos acompañará hasta Javalambre. Aun sin correr mantenemos un ritmo muy rápido. Pronto empieza a oscurecer. El ascenso ahora es suave y constante pero seguimos principalmente por pistas. Una granja, unos perros, ojos brillantes a la luz de las frontales, y agarro el bastón con más fuerza. Atravesamos por debajo la autovía, seguimos camino, ahora hacia Albentosa. Bajada muy empinada hacia el riachuelo, baja poco más de un palmo de agua y después de buscar la forma de vadearlo sin mojarnos lo tenemos que cruzar con un par de saltos. Acabamos con los pies mojados y hundiéndonos en el barro, pero por fin al otro lado. Subimos la ladera, también muy empinada y aquí el bastón empieza a jugar su papel. Con el frío y la noche cualquier ayuda es bien recibida. Seguimos ascendiendo entre pequeños matorrales, el terreno no parece difícil y la subida asusta más sobre la gráfica del perfil que en realidad. Arriba nos espera la niebla y las frontales apenas si alcanzan unos metros. Por fin un tramo de asfalto y el siguiente control: Manzanera. Tenemos que parar a reponer líquidos y comer alguna fruta. Realmente hace frío, se ve en las caras de los que nos reciben que lo están pasando tan mal como nosotros, si no peor. A pesar del calor que nos dan con sus ánimos, vuelvo a padecer los temblores de frío. Hay que ponerse en marcha inmediatamente, es la única forma de entrar en calor.
En el túnel que forma la luz de la frontal entre la niebla voy dando cabezadas. Los ojos me quedan entreabiertos y si no fuera por el bastón ya habría dado algún traspiés. Entre sueños pienso que por qué he venido a esta carrera. No estoy preparado. En pistas que se deberían hacer trotando tengo que arrastrarme a paso de caracol. Esto es interminable. Y todavía queda toda la noche. Frío y niebla, niebla y frío, y ahora viento. Veo al lado los pies de mis compañeros y el movimiento rítmico me adormece más todavía. Miro el GPS. La huella está ahí, ya se ha convertido en la compañera fiel.
Por delante nos espera la muela de Sarrión, imponente en su perfil y en la oscuridad. El camino se ha convertido en un túnel a través de la niebla pero solo hay una salida: hacia delante. Alcanzamos las rampas de la muela, por fin, hay que subirla cuanto antes, hay que llegar a lo verdaderamente difícil que nos espera en Javalambre. Por fin los doscientos metros de desnivel quedan superados y llegamos a la mesa que forma la muela de Sarrión. Allí adivinamos entre la niebla una especie de pista que vamos siguiendo en ligero descenso. Pasamos al lado de la fortificación de ametralladoras de Sarrión, de aspecto bastante siniestro a la luz de nuestras frontales. Por fin llegamos al penúltimo control, yo me siento bastante animado, veo acercarse Javalambre, para mi la última dificultad, y tengo ganas de coger ya la subida. ¡No hay agua! Caras de desesperación en mis compañeros, afortunadamente me queda medio bidón que les ofrezco, un cuarto de litro, y la niebla no invita a beber más. Isidro coge una manzana y continuamos. Sin embargo, ¿ocurre algo, Isidro? Al principio no era más que un ligero descenso del ritmo, ahora es evidente. Vamos muy despacio y tenemos que parar frecuentemente. El estómago le está jugando una mala pasada. Intenta sobreponerse y lo consigue, sigue caminando encogido, con sufrimiento en la cara.
Vamos muy despacio. Salimos de la pista para entrar al barranco de la Zarzuela, creo. La niebla es cada vez más espesa. Isidro está mal. Intentamos llamar a Tomás pero no hay cobertura. Seguimos subiendo. Nos perdemos, damos vueltas, pero conseguimos entrar en el barranco. Lo seguimos pero la huella del GPS se va por la izquierda. Vamos mal pero seguimos sin cobertura. Paradas frecuentes, ánimo Isidro, pero el estómago no cede. Debe detenerse cada pocos metros cubriéndose con un paraguas contra el viento que ya sopla fuerte desde las laderas de Javalambre. Seguimos intentando ascender, ya fuera del barranco, por la ladera. Sigo viendo la huella del GPS a la izquierda, deberíamos desviarnos. Insisto en corregir, hay que seguir subiendo, el viento ya huele a cumbre, estamos casi a 1900m, no queda nada, apenas 120m. Pero es imposible. Isidro decide abandonar. Llamamos a Tomás, estamos llegando al waypoint 153. Descendemos juntos, y retrocedemos acompañándole hasta las proximidades del waypoint 152, otra vez a cerca de 1800m donde Isidro llama a Tomás y le dice que en quince minutos está allí, que la pista está al lado mismo del waypoint y que lo recoge enseguida. Más tranquilo, Isidro nos despide, sabe lo que nos queda, y con una mezcla de alivio y sufrimiento nos vamos alejando. ¿Hacia dónde? Según el GPS hay que volver a entrar en un barranco. Así lo hacemos y seguimos sobre la huella un rato. Al poco la huella marcada en el GPS empieza a bailar. De repente se va a la izquierda. Salimos del barranco, tropezamos con las sabinas, primero pequeñas, después inmensas, primero las rodeamos, después las atravesamos sin pensar. De repente vuelve a la derecha, volvemos a entrar en el barranco. De repente salta otra vez fuera, y ya sospechamos que algo no va bien. No tenemos ninguna visión fuera del pequeño radio de las frontales, y la niebla sigue haciendo de pantalla. Cada vez que tropezamos con una sabina no sabemos por donde rodearla, parece que siempre se interponen para desviarnos. Al poco, entre la niebla y el viento vemos aparecer dos luces. Se están alejando por nuestra izquierda, con más altura ganada que nosotros. Sin embargo pensamos que el camino correcto queda más bien frente a nosotros. Seguimos avanzando muy despacio, dando vueltas, y al poco vemos las luces frente a nosotros. Oímos voces: ¿lleváis GPS? Son Paco y Jose. Y están tan perdidos como nosotros. Los GPS están inservibles por la niebla. El viento es fuerte, no nos podemos detener, hay que mantenerse en calor, pero tampoco podemos avanzar sin sentido. Saco el móvil y llamo a Tomás. Está muy extrañado de nuestra tardanza, hace ya mucho rato que volvió con Isidro. Quizá nos pueda orientar. Pero la falda de Javalambre es muy amplia y cada vez que ascendemos un poco llegamos al mismo sitio, una loma desde la cual no sabemos seguir. Estamos parados, desorientados, sabemos que hay que subir, pero ¿hacia dónde? En la retina me queda grabada la imagen de Paco luchando por abrocharse la capa que le proteja del viento. ¡Hay que moverse! Tomás nos da ánimos, le proponemos que haga unas ráfagas desde el pico. Apagamos las frontales pero no se ve nada. Oscuridad total. Insistimos. Dos llamadas. Tres llamadas. ¡Inténtalo una vez más! Finalmente vemos entre los jirones de niebla unos destellos. No es mucho, pero ya tenemos un objetivo al que dirigirnos. Saltamos sin sentir ningún cansancio hacia delante, seguimos la dirección indicada y al poco nos encontramos con una pista. Seguimos avanzando y vemos ya unas luces, son los coches del control, han bajado por la pista. Seguimos recto hacia arriba, un pequeño resalte de rocas que superamos y por fin, el control del pico. Veo a Tomás y otras caras conocidas de otros controles. Y una pequeña sensación de victoria. Me siento desorientado, al pararme me envuelve el frío. Hay que seguir, no hacemos nada parados. Empiezan a llegar distintos grupos también perdidos por las faldas de Javalambre. Abro una lata de coca-cola, pero solo bebo dos sorbos. Solo tengo ganas de seguir, allí no hacemos nada. Buscamos el GR de descenso pero Paco quiere ir directo. Quiere bajar por las pistas de esquí y la línea eléctrica. Es un descenso muy duro pero más directo, y con la niebla y oscuridad que todavía hay no queremos volver a perdernos por el GR. Todos estamos de acuerdo y salimos detrás de Paco.
Ya bajando empieza a clarear. Apagamos frontales y descendemos a saltos por los terraplenes y desmontes de la línea eléctrica. Los pies están un poco tocados, pero las luces de Camarena al fondo nos atraen como un imán. Fin del suplicio, cogemos una pista que en descenso más suave nos va acompañando hacia el fondo del valle, Empezamos a ver algunos prados, el paisaje ya es mas acogedor, la pista se convierte en camino y el camino en carretera. Ya estamos en el balneario, unos cientos de metros más y entramos en el pueblo. ¿Dónde está el albergue? Ahí, al fondo de una callejuela está, no me lo creo, y entramos, Paco, Ramón y yo. Nos anotan nuestros nombres y tiempos y bajamos a por el equipaje. Ducha caliente, ropa limpia, y un buen desayuno. Allí nos encontramos con Fernando, con Pepe, con Manolo, también entra enseguida Jose…
Una cabezadita en las literas y una buena cerveza. ¡Qué gozada! A pesar de la mala jugada de la niebla en Javalambre, estoy muy contento. Charla agradable en el albergue, compañeros de carrera, cada uno con sus experiencias y sufrimientos, gente con la que me gustará encontrarme en el futuro en más carreras. Paella, café, tertulia y autobús.
En casa, ¡papi, papi! ¿dónde has estado?
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