22 de febrero de 2009
Tiempo: 3h18'05"
¡Pero qué últimos diez kilómetros!
Han sido dos carreras distintas en la misma maratón. Hasta el 28, y de ahí al final.
Todo iba bien, el calentamiento, las sensaciones en la salida, los primeros kilómetros... Aunque mi objetivo era 3h20, a medida que pasaba el tiempo iba creciéndome y apuntando más alto. El ritmo muy vivo, ganando posiciones gradualmente. El primer tramo hasta el 10K es superado por el segundo hasta la media maratón, el ambiente a esas alturas de carrera es fantástico, casi corremos por un pasillo de gente animando.
Se acerca el km 26, ahí me están esperando para saludarme, las niñas, mi mujer... pongo buena cara y grito ¡voy muy bien!... pero ya no es cierto. Los km se alargan, el ritmo va pesando más y se va cargando con unos pocos segundos, un proceso que ya no puedo revertir. En el 28 la pierna izquierda me da un aviso: no puedo mantener el ritmo. Consciente de que seguramente he estado yendo por encima de mis posibilidades adapto el ritmo a la nueva situación, intentando seguirlo de forma constante.
Pero eso no va a poder ser posible. A medida que se suceden los km la molestia de la pierna izquierda se convierte en dolor. Ahora sé que la tenía completamente contracturada. Es imposible encontrar un ritmo cómodo, no puedo sino ir disminuyéndolo paulatinamente. Veo pasar los segundos, tengo que arrastrar la pierna izquierda como si fuera un peso muerto. A todo esto, la pierna derecha acusa el sobreesfuerzo y me avisa con un amago de calambre.
Lo peor no es el dolor. Es la frustración de ver como eres constantemente superado por el resto de corredores. La rabia de pensar en el error cometido. El miedo a no llegar. Sólo me queda apretar los dientes, los puños, y dar una zancada tras otra al ritmo que pueda soportar, encontrando el límite.
En el km 38 me supera el práctico del 3h15. Incremento la frecuencia de las zancadas durante unos metros hasta recibir un nuevo aviso: la pierna izquierda me va a saltar en pedazos. Lo dejo... asumo el error, la lesión, la imprevisión, el exceso de confianza y lo que sea... se trata de llegar, son apenas cuatro km en los que debo concentrarme.
Consciente del riesgo de hacerme mucho más daño en la pierna izquierda reduzco el ritmo al mínimo, manteniendo un trote suave que me permite avanzar arrastrándola. Me acerco al km 40, por fin veo que se estabiliza el dolor pero sigo aguantando el ritmo lento, quiero asegurar la llegada.
Y al final, viendo el km 41 suelto lastre y recupero la zancada más parecida a la normal que puedo, avivo el ritmo, salto adelante como si nada hubiera pasado y hago el último km como me hubiera gustado hacer los diez anteriores. Entro en meta contento, objetivo superado, pero rumiando la venganza... En la próxima nos veremos.
1 comentario:
Dani, por qué puede presentarse esa molestia? Sólo por ir más rápido de lo habitual? No será que faltaba entrenamiento? Ya sabes que para mí la carrera a pie es un secreto al que nunca intentaré acceder, jeje...
Cúidate y piensa en la próxima (aunque este comentario llega con retraso)
Un abrazo
Javi
Publicar un comentario