jueves, 21 de enero de 2010

GR10-XTREM. TRAVESÍA AL INTERIOR



¿Qué nos mueve a recorrer más de 90 km por senderos imposibles, por las sierras más desoladas y más despobladas?
Alrededor de 100 corredores tomabamos la salida el sábado 16 de enero, desde Puçol, para enfrentarnos a la travesía del GR10 en su tramo valenciano. Travesía al interior de nuestras tierras y que a muchos nos llevaría también al interior de nuestra mente, en la soledad de los páramos del Bellido.

Preparación del equipo muy rápida. Es ya la cuarta travesía de más de 90 km que afronto y no le doy muchas vueltas al material. Tampoco voy a hacerla competitiva, quiero conocerla bien y disfrutarla, así que la convierto en parte en un banco de pruebas, tanto físicas como de material.Y, en efecto, llevaré botas de treking y dos bastones, algo que no había hecho hasta ahora. Respecto de la protección contra el frío, guantes, buff, gorro, forro polar y cortavientos serán también objeto de prueba. Asimismo probaré distintos tipos de comida, barritas, geles y frutos secos. Respecto a la hidratación, llevaré dos botellínes, uno de cinturón y otro en la mochila. GPS, frontal, manta térmica, luz y silbato de emergencia completarán el material.

Despertador a las 4 a.m. Me levanto de un salto y el ritmo de las pulsaciones empieza a subir. Desayuno mi habitual café con leche sin mucho entusiasmo porque no tengo hambre. Me calzo, termino de recoger los últimos detalles, me pongo la mochila y abro la puerta para salir. La familia sigue durmiendo tranquilamente. Oigo sus respiraciones profundas y pausadas. Última mirada al interior en penumbra. Me siento como un furtivo escapando, pero satisfecho, todo queda en orden hasta mi vuelta.

Llegamos a Puçol a poco más de las 5 de la madrugada. Ya empieza a haber ambiente de carrera. Corros de corredores, charla y caras conocidas. Sacamos el dorsal y pasamos el control de material obligatorio. Nos proporcionan la luz de emergencia y un mapa. Últimos ajustes del material, unos frutos secos para salir con los depósitos bien cargados y foto de salida. Esto ha empezado.

Primeros metros saliendo del polideportivo, por la carretera hacia el Monte Picayo y primeras impresiones. La mochila se mueve en exceso, falta el ajuste del pecho y con el trote las correas de los hombros se salen constantemente. El cinturón con el bidoncito va bien ajustado, pero el GPS colgando también me golpea. Las botas de momento se comportan bien. Aun siendo asfalto, puedo mantener el trote sin esfuerzo y estando fresco apenas noto los pocos gramos de más que pesan. La frontal no me sorprende, se comporta tan mal como siempre, se mueve y la iluminación es escasa.

Dejamos el asfalto y empezamos el sendero que sube al “Claro de Luna”, en Peñas de Guaita. Vienen a mi mente recuerdos de otras épocas. Como si fuera real, veo unos niños, ataviados con grandes mochilas y botas rígidas, subiendo el sendero, llenos de emoción, nerviosos y sudando por el esfuerzo. Veo esos niños encaramados en las rocas de Peñas de Guaita, con caras de esfuerzo y felicidad por la aventura. La Babaresa, la Chimenea, la Examen, la Piteras… hace muchos años. Cuando superabamos cada vía de escalada y llegabamos arriba, yo miraba al otro lado de las paredes hacia el interior, intrigado por el paisaje ondulado y montañoso que se extendía hasta el horizonte. Difícilmente podría haber imaginado que treinta y cinco años después volvería aquí a emprender ese camino.

Superadas las Peñas de Guaita no queda más que bajar con cuidado por un terreno muy pedregoso donde varios tropezones seguidos amenazan con romperme las narices contra el suelo. Las botas han cedido mucho, y aunque el agarre es bueno tengo poca seguridad en la pisada. Los bastones no molestan, pero con todo el equipo a la espalda dando tumbos me siento como un cachivachero ambulante.

El recorrido nos llevará al primer control, el de Segart, donde reponemos liquidos y nos alimentamos un poco. Hemos llegado a las 8h, con media hora de adelanto sobre el previsto. Guardamos las frontales, mochila a la espalda y retomamos el camino.

El equipo ya está mejor acoplado. La mochila ya no se mueve y me siento mucho más cómodo. Los pies van muy bien, únicamente siento las botas un poco sueltas, preferiría llevarlas más apretadas.

El siguiente tramo nos llevará a Serra, pero antes tendremos una sorpresa: la Canal del Garbi. Es un barranco con fuerte pendiente que va cerrándose y haciéndose más vertical, hasta que hay que trepar con las manos. Afortunadamente, una cadena nos ayuda en los pasos más difíciles, y resulta finalmente un tramo muy interesante y divertido aunque delicado para formar parte de un GR. Aquí me saluda Alejandro, que me ha reconocido de la Nuria Queralt. Cruzo unas palabras, alegra siempre encontrarse con compañeros de carreras, pero poco después irá quedándose atrás y dejamos de verle.

Llegamos a Serra muy bien, manteniendo todavía cierta ventaja sobre el previsto. Por delante una etapa larga, la más larga, con tres horas hasta Gátova. Aquí los ritmos se hacen más suaves porque los desniveles se van acumulando. Encontramos pista, senda, bosque, pedregal… y nos cruzamos con bastantes ciclistas de montaña. A tramos vamos solos y a veces coincidimos con otros corredores, pero el ritmo va deteriorándose y haciéndose cada vez más irregular. Finalmente, llegando a Gátova, Ramón me dice que no sigue, que se queda. ¿Qué ocurre? Malestar general, flojedad, dificultad de mantener ritmo… Trato de convencerle para que se una a otro grupo de atrás más tranquilo, pero no hay ánimos, se quedará en Gátova. Le dejo yo entonces y, tras un largo rodeo del sendero sobre las colinas que rodean Gátova, emprendo el camino de bajada al avituallamiento, donde un arroz con tomate me sabe a gloria. Supero el control de material obligatorio, relleno el bidon y prosigo. ¡Error! No he llenado el bidón de la mochila, solo el del cinturón. Bueno, ahora no voy a volver atrás, así que confío en que no salga el sol y en la posibilidad de rellenar en alguna fuente.

Me cruzo con un par de corredores, pero sigo con mi ritmo y quedan atrás. Al poco me acerco a otro, caminamos un tramo juntos pero yo sigo con mi ritmo y lo supero también. Sin embargo, al cabo de unos minutos consulto el GPS y ¡el track se ha evaporado! Bueno, un despiste más. Alejo el zoom y veo que me he alejado unos cuatrocientos metros, no hay problema, troto rápido la bajada hacia la senda y veo a Eduardo de nuevo. Se queda sorprendido de verme y le explico: ¡me he dado un paseo!. A partir de aquí y hasta La Pobleta continuaremos juntos la travesía.

Los minutos van transcurriendo y la tarde también. Aun queda bastante sol, y el calor se nota en algunos tramos. He acabado con el agua del bidón y no aparece ninguna fuente. Me tomo dos geles confiando que me sienten bien. Son bastante líquidos, aliviarán en parte la sed. Almendrás saladas, barritas, higos secos… voy alimentándome mientras corremos, haciendo malabarismos con los bastones en una mano, la mochila colgada delante y con la otra mano desabrochando cremalleras y sacando la comida. Decididamente, esto hay que mejorarlo. Con el calor sudo mucho aunque los calambres no aparecerán en toda la carrera. Sin embargo, otro problema me molestará hasta el extremo de hacerme parar en alguna ocasión. Se trata de un escozor de ojos muy fuerte, debido, supongo, al sudor, que no puedo eliminar y me cae sobre los ojos.

Finalmente llegamos a Montmayor, donde nos atienden de maravilla y nos reponemos un poco de la etapa. Por fin agua, relleno los dos bidones con el firme propósito de no volver a quedarme sin agua. Me siento mientras me como una barrita y Eduardo se quita las piedras de las zapatillas. Recuerdo las polainas que he visto en algún corredor, y me propongo conseguir unas para la próxima carrera. Parecen muy útiles para evitar la entrada de piedras. Me miro las botas. Aguantan bien los kilómetros, mantienen un buen agarre y sobre la nieve que ya hemos pisado no han planteado ningún problema. Me miro las piernas. Algunos arañazos, pero sin mucha importancia. Veo los gemelos hinchados, tensos, y el izquierdo está palpitando, como si estuviera pidiendo el regreso a la carrera. En la parte alta de los tobillos empiezo a sentir algo de dolor. Pese a tener la caña baja, las botas están empezando a hacerse sentir.

Bien, por delante tenemos un tramo de poco desnivel hasta Sacanyet, donde esperamos llegar antes de que nos alcance la noche. Reemprendemos el camino con calma, justo cuando llegan al control dos corredores más, Montse y Josep, que nos darán alcance en un despiste nuestro al saltarnos un desvío y tener que retroceder. Con ellos iremos compartiendo, más o menos juntos, el resto del tramo hasta Sacanyet.

A partir de ahora empiezan a evidenciarse los problemas con las botas. Al dolor intermitente en los tobillos hay que añadir la pérdida de dureza de la suela, hasta el punto de que siento las irregularidades del suelo y cualquier piedra me causa mucho dolor. No lo entiendo, justamente me decidí por unas botas de treking para pisar sobre una suela más dura. Sin embargo se ha convertido en una especie de chicle que no me protege en absoluto. Esto va a condicionar a partir de ahora el resto de la travesía. En los tramos pedregosos sufro mucho, tengo que cuidar la pisada para no hacerme daño, pero casi siempre es inevitable y tengo que aflojar el ritmo. Solo cuando aparecen tramos de tierra, hierba, o incluso nieve o barro, puedo desenvolverme bien.

Seguimos subiendo y los ventisqueros son cada vez más frecuentes. Son los restos de la nevada de la semana anterior, y por lo que se ve, debió de ser impresionante. El recuerdo es confuso y no sé si fue en este tramo o en el siguiente, pero de repente, en medio de la nada, aparece una pequeña tienda y un miembro de la organización, esperándonos en medio del frio y del viento. Un saludo y ánimo que ya estamos cerca. Pese a lo que llevamos encima no le envidio. Está resistiendo con toda tranquilidad las horas de frio y viento, controlando el paso de los corredores. Esto es una muestra de cómo la organización ha mimado a los corredores en esta carrera.

Por fin aparece Sacanyet. Al final de unos prados, sobre la nieve que cubre a tramos el camino de llegada, nos vamos acercando al quinto control. Al fondo, hay que dirigirse a la casa amarilla, nos habían indicado antes. Muy bien, un par de rampas y alcanzamos la casa. Allí vemos algún corredor que está reponiendo fuerzas. Caldo calentito, rellenamos bidones y comemos frutos secos y barritas. La planificación se va cumpliendo y hemos llegado de día. Son alrededor de las 6 pm, pero entre las montañas parece más tarde.

Montse y Josep han salido ya. También Antonio y otro corredor que ha llegado después de nosotros. Somos los últimos en salir, pero nos encontramos con fuerzas y con ganas de superar la próxima dificultad: el alto del Bellido.

A partir de aquí tendremos que volver a ponernos las frontales porque el anochecer está muy cerca. También aprovechamos para sacar los guantes, buff y gorro. Además yo me pongo el forro polar y el cortavientos. Al final, enfundado con todo el equipo, me encuentro perfectamente. En esta parte del material he acertado, me protege muy bien del viento y del frio.

Caminamos y trotamos sobre un terreno muy pedregoso. Los pies me molestan cada vez más. Sin embargo, otras sensaciones atraen mi atención. Ascendiendo ya en las lomas altas se puede ver una última franja de luz, de un rojo anaranjado, casi incandescente, destacando sobre un negro azulado metálico del resto del cielo. El viento sopla y mueve los matorrales que rodean el sendero por donde vamos culebreando. Estamos alrededor de los 1300 m de altitud, la cota máxima que alcanza la travesía.

Sin mucho más que recuerdos confusos por el sendero entre matorrales llegamos a Canales. Es el último control antes de meta. Nos tomamos un respiro donde los primeros ni siquiera se detuvieron, seis horas antes. Por delante la última dificultad, un pequeño desnivel de apenas cien metros durante unos cinco kilómetros, nos informan. Luego la bajada a Andilla y a un paso, La Pobleta. Muy bien, esto ya está, no hay que retrasarlo más, salimos y desaparecemos en la oscuridad de nuevo.

Al poco nos encontramos con otro corredor. No parece tener muy claro el camino y nos espera. Seguimos juntos hasta alcanzar la cota más alta y comenzamos el descenso. A partir de aquí ya se huele a meta. Las piernas nos piden más alegria y nosotros les correspondemos. Eduardo y yo nos vamos adelantando, distanciandonos del otro corredor, porque la atracción de la meta es irresistible.

Llegamos a una especie de barranco donde al fondo se ve Andilla. Como un espejismo, parece que nunca podamos alcanzarla. Por fin, la senda se convierte en camino y el camino en calle, ya estamos en el pueblo. ¿Por dónde se sigue? La Pobleta estará aquí mismo ¿no? “¡Ya estáis casí!”, nos dicen, “apenas un kilómetro y medio”. Bueno, pues vamos allá, la llegada va a ser un paseo.

¡Ja! Los organizadores debieron pasarlo muy bien cuando decidieron meternos por este último tramo. Dejando atrás las calles de Andilla, volvemos a internarnos en un barranco, esta vez con río incluido, y nosotros, incrédulos, vamos sorteando dificultades que ni nos imaginabamos a un kilómetro de meta. Bordeando el rio, saltándolo en ocasiones, seguimos avanzando hasta que Eduardo acaba metiendo los pies en el agua, mientras que yo, milagrosamente, salgo “ileso” del barranco.

La senda sube un pequeño terraplen, se convierte en pista, al fondo vemos luces y oimos voces, ¡es la meta!, ¡y también son los corredores que nos precedían! Vaya con el ritmo que ha impuesto Eduardo, prácticamente hemos alcanzado a los otros corredores.

En la oscuridad van apareciendo formas confusas, contornos que poco a poco van delimitandose y apareciendo el arco de meta. Ya está aquí, de repente y sin más ceremonias, hemos llegado y nuestros nombres estallan por la megafonía, entre la música del control de llegadas. Fotos, medalla de finisher, y alegría, mucha alegría en el recibimiento. Han sido 15h23', llegados en los puestos 33 y 34, y séptimo de mi categoría (veteranos). Preguntas de cómo estamos, bien , bien, ¿las duchas?, en seguida, primero las bolsas de equipaje, al fondo en esa sala, entramos, allí está mi bolsa, y en la pared de enfrente, una mesa, y sobre la mesa, ¡dos botellas de cerveza! Mientras bebo pienso que es uno de los tragos más merecidos del mundo.

A continuación ducha calentita, un buen plato de macarrones, entrega de premios (a los vencedores, claro) y autobús a las 23h.

Llego a casa alrededor de la 1 de la madrugada. Ha sido un largo día, 93km y más de 15h de travesía al interior.

domingo, 10 de enero de 2010

VALENCIA 10K


El 10 de enero de 2010 a las 10 de la mañana fue la primera carrera del año: el 10K. Después de esta ensalada de dieces, yo no conseguí el mio: bajar de 40’. Sin embargo estuve muy cerca: 40’40”, mejor marca personal en 10.000.

Mañana fría pero con sol. Para calentar vamos trotando por el rio hacía la Alameda, donde se da la salida. Algo de hielo en los charcos y bastantes corredores dirigiéndose hacía el mismo sitio. El termómetro de la primera fuente de la Alameda marca 0ºC. Perfecto, ni frio ni calor, un dia ideal para correr.

Todos nos hacemos los perezosos cuando se trata de quitarse el chandal y entregar la mochila al servicio de guardarropa, pero hay que hacerlo y sin pensarlo más me quedo en pantalón corto y camiseta de manga corta y buscando desesperadamente rinconcitos soleados donde refugiarme. A base de saltos y trotes intentamos mantener el poquito calor que nos queda pero no hay problema: esto ya está aquí, pasamos a los cajones, cada uno al suyo, que solo quedan quince minutos.

Estoy en el cajón intermedio, el que marca los tiempos entre 40 y 45 minutos. La intención es bajar de 40’, pero no quiero salir en el anterior cajón porque no tengo mucha confianza.

Cuenta atrás, y ¡salida! Empezamos los primeros trotes entre la aglomeración, ¡ay, como echo de menos las carreras solitarias! Siento una presión en los riñones, ¿será posible?, y sin pensarlo, de un manotazo aparto los nudillos que me están clavando en los riñones por la espalda. No solo hay que soportar los codazos sino que, además, algún gracioso cree que está en el derecho de clavar los nudillos en los riñones del prójimo. Dada mi reacción, estoy seguro de que tardará en volver a hacerlo. En fin, volviendo a la carrera empiezo a cabriolear entre corredores adelantándoles ¡de donde habrá salido toda esta gente! para intentar coger ritmo adecuado. A los quinientos metros la cosa se pone mejor, por lo menos ya hay espacio para manejar bien el ritmo, así que me pongo manos a la obra e intento recuperar los 4min/km.

No sé si será por el frio o por la resaca de las últimas fiestas navideñas, pero no hay forma de que logre avanzar con soltura y en los dos primeros kilómetros ya acumulo un retraso de 13”. En parte se debe al atasco de la salida, pero no tengo muy buenas sensaciones en las piernas, las siento un poco pesadas y entumecidas. En fin, sigo haciendo marcha como puedo, me trago varios sapos en forma de corredor que me adelanta casi flotando en el aire mientras yo tengo la sensación de correr con lastre en los pies.

La vuelta por Blasco Ibañez y los Viveros es fria, aquí el sol no ha entrado todavía. Encaramos de nuevo la Alameda donde noto que no voy a más, pero aún conservo la esperanza en el resto de kilometros que faltan. Descendemos la Alameda hacía el puente nuevo del Oceanográfic (no sé como se llama, el Puente del Arpa, supongo). En la rampa del puente mantengo como puedo el ritmo con la intención de hacer el cambio al subir por la marginal derecha del rio hasta el Puente de las Flores. Lo intento, lo intento, pero el crono manda y los segundos pasan inexorablemente. Total, el retraso se va acumulando. Veo pasar por cada km el retraso de 20”, 24”, 30”, ¡atención!, 34” y la cosa va a más. Así llego al km 9 con 36” de retraso sobre el objetivo, doy la vuelta a la rotonda de la Avda. Aragón y encaro la recta de meta agotando los últimos recursos, pero con tranquilidad, ya sabiendo que no bajaré de 40’.

Finalmente, 40’40”, cifra redonda, pero que espero que dure poco en mi curriculum. Me voy con el firme propósito de portarme mejor, hacer más series y menos ultras. Por cierto, el sábado próximo tenemos el GR 10-Xtrem… incorregible.